Adiós a los héroes
Brecht, escritor, hombre de teatro y comunista, no apreciaba los países o los momentos históricos que requerían héroes. El siglo XX, de revoluciones y contrarrevoluciones, de progresos sociales y de guerras y campos exterminadores, genera inevitablemente criminales y héroes. El siglo actual, por lo menos en Europa, principal escenario de las tragedias pasadas, parece haber dejado atrás la era de las revoluciones. Y dudamos de que Talleyrand pudiese decir de estos tiempos posrevolucionarios su hermosa y aristocrática añoranza: aquel que no vivió los tiempos anteriores a la revolución no conoció la dulzura de vivir. Nuestros tiempos, oscilantes entre la histeria economicista y el aburrimiento social, no son dulces, son banales y patéticos. No son tiempos, en todo caso, para héroes.
Líderes como Miguel Núñez y tantos otros parecen supervivientes de un tiempo pasado. Sin ellos no seríamos lo que somos
Los héroes del pasado se van elegantemente por el foro. Como ahora Miguel Núñez, que acaba de morir en Barcelona a los 88 años. Un tipo de héroe particular, de una personalidad que seducía, convencía y nos hacía siempre, después de hablar con él, sentirnos mejores. El hombre brechtiano que hacía propuestas y nosotros las seguíamos. Comisario en el Quinto Regimiento con Miguel Hernández a su lado, encarcelado al terminar la Guerra Civil, dirigente político de los maquis a finales de los cuarenta. Luego, clandestino en la década de 1950 hasta su detención y nueva larga estadía en la cárcel de Burgos a partir de 1958. La aventura de sus interrogatorios y de su declaración en el juicio se convirtió en un referente mítico para aquellos que iniciábamos nuestra actividad contra la dictadura. Sus enfrentamientos verbales con el siniestro Creix, jefe de la Brigada político-social, el que ordenaba la tortura y le amenazaba con dejarle medio muerto si no hablaba. Miguel, colgado del techo sin tocar el suelo, recibiendo los golpes lo ridiculizó haciéndole confesar delante de sus policías que él, Creix, sí que denunciaría a sus colegas si se encontrara en la misma situación. El juicio generó dos mitos, uno interno al partido y a sus entornos, Miguel Núñez, y otro que pronto adquirió carácter público, su abogado, Josep Solé i Barberà.
A finales de los sesenta sale de la cárcel y vuelve a su puesto en la clandestinidad. Responsable político del PSUC en Barcelona, el principal dirigente que mantiene contactos permanentes en Cataluña con las organizaciones obreras y los sectores intelectuales y profesionales adquiriendo un gran prestigio, por su inteligencia, su valor y su enorme capacidad de seducción. Hasta la legalización del PSUC en 1977 Miguel vivió a lo largo de casi 40 años en la clandestinidad o en la cárcel.
Este personaje, como él insistía, era una persona con vocación de hombre corriente que asumió ser un héroe. Y como tal, como personaje, era él y muchos. En la cárcel el militante político sólo se vive, intensamente, con las razones y las esperanzas que dan sentido a tu vida prisionera, si estás con los otros. Y en la clandestinidad lo mismo, tu trabajo, tu vida cotidiana, tu seguridad, depende de muchos otros, que más anónimamente que el "clandestino" se juegan también la vida y la libertad con él. Los líderes como Miguel, y los anónimos como tantos otros, ahora nos parecen supervivientes de un tiempo pasado. Hoy, se desconocen o se olvidan, pero sin ellos no seríamos lo que somos, no viviríamos como vivimos.
Miguel, en la democracia, adivinó muy pronto que si quería continuar siendo el de siempre, su lugar no estaba en el Congreso, aunque fue diputado algunos años. Y se volcó hacia América Latina para convertirse muy pronto en un referente tanto de la cooperación europea como de la izquierda latinoamericana. Pero es otra historia, no la que contamos ahora. El personaje al que despedimos es al que hemos conocido más directamente, fue un dirigente comunista a la vez muy típico y muy peculiar. Típico puesto que realizó un "parcours sans faute", una trayectoria modélica de disciplina, sacrificio y eficacia. Y al mismo tiempo una individualidad de la que emerge una terrible lucidez crítica.
Su historia política él mismo la ha contado en su libro La revolución y el deseo. Otros podrán referirse a la persona bondadosa, cálida, estimulante. Creo que a él le complacería que una reflexión sobre él nos ayudara a entender la ambigüedad del "héroe comunista". Los personajes heroicos son, a pesar suyo quizás, inevitablemente ambiguos. Su fuerza viene de sus convicciones. Y éstas conducen a considerarse fácilmente depositarias de la verdad. El protagonismo relativo del Partido Comunista en la resistencia antifranquista vino de su militancia y de sus cuadros dirigentes animados por una parte de realismo práctico a medida que crecía su inserción social a partir sobre todo de las décadas de 1960 y 1970. Pero a la vez estaban animados por una conciencia mesiánica, se veían portadores de una sociedad mejor, casi idílica. La referencia a la Unión Soviética se fue debilitando especialmente después de la invasión de Checoslovaquia (1968), pero sin una crítica radical de la misma y se mantenía la utopía de crear una nueva sociedad siendo el partido el principal protagonista de la obra. En consecuencia, la crisis del bloque socialista en la década de 1980 creó un vacío desconcertante. La fuerza y el prestigio del partido radicaban en buena parte en su disciplina, tan inherente a la dura clandestinidad como al sustrato cultural mesiánico, reforzado, además, por un cierto culto a la personalidad, a sus "héroes".
Miguel no quería ser mito, ni héroe. No estoy seguro de que fuera sólo modestia. Veía el peligro que conllevaba esta mitificación. En más de una ocasión en nuestras últimas conversaciones me comentaba con indignación la frase que en otros tiempos se aplicaban a los que discutían alguna consigna de la dirección: mejor equivocarse con el partido que acertar en su contra. Su posición crítica iba mucho más allá de la denuncia del estalinismo, aunque fue uno de los primeros dirigentes comunistas españoles en criticar no los excesos solamente, sino la misma naturaleza del llamado "socialismo real" y lamentaba el prolongado silencio de los comunistas democráticos sobre ello. Su crítica se extendía a la concepción de los partidos como depositarios únicos del poder, como portadores de la verdad y como moduladores de la sociedad.
Con un cierto humor comentábamos recientemente que algo de "locura" había en nuestra militancia comunista. Sabíamos lo que suponía esta militancia durante el franquismo, que nos dedicaba una atención perseguidora preferente. Y éramos conscientes de que en una democracia plural seríamos un partido más, sin el protagonismo de la clandestinidad. Y para colmo si alguna vez el partido comunista clásico se hacía con el gobierno, era muy probable que, en el mejor de los casos nos mandaran a casa o alguna actividad secundaria al extranjero.
Esta mezcla de lucidez crítica y esperanza a pesar de todo fue quizás la mejor cualidad de estos héroes que nos dicen adiós. No es su tiempo, pero pobres tiempos si ninguna ilusión futura nos guía en este presente gris.
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