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Columna
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No sabíamos

Manuel Rivas

Durante años, uno de los enigmas españoles era el tiempo de Garzón. Se atrevió con los narcotraficantes más peligrosos, con ETA, con los GAL, con Pinochet, con exterminadores como Scilingo. ¿Dormía el juez Garzón? ¿Tenían sus días 24 horas? Era éste un defecto que sublevaba a los profesionales del crimen. Les gustaría verlo descansando. Eternamente. Bueno, pues ya pueden estar un poco más tranquilos. Resulta que Garzón es más bien perezoso y por eso le han negado un permiso de estudios. ¡Tanto estudiar! Una decisión del CGPJ, ese incansable órgano. He ahí, pues, un perezoso que en pocos días, y con la salud mermada, ha redactado dos de los autos más importantes de nuestra historia contemporánea. Y ha puesto, por fin, el sello de la Administración de justicia en el caso del holocausto español. Nadie es perfecto. Se lo explicaba muy bien un antiguo párroco de Carballiño a una guapa beata: "No hay santo, querida, que no tenga picha". Pero la furibunda oleada corrosiva contra este juez, el escarnio contra un símbolo internacional de la justicia, constituye en sí una prueba irrefutable de la desvergüenza histórica, de la ciénaga inmoral en la que algunos quieren atrapar para siempre a este país. En la transición se habló mucho de los poderes fácticos. Hoy dominan los poderes cínicos. Arremeten contra la memoria, pero divulgan cuanto pueden una inmaculada concepción del franquismo. Los dos autos de Garzón son nuestro particular viaje al corazón de las tinieblas. No ha fracasado. Ha hecho su trabajo. Como lo ha hecho Amnistía Internacional, en un documento, escandalosamente silenciado, que tendría que mantener insomnes a los políticos y al poder judicial. Sin embargo, el líder de la derecha española nos recomienda una inyección de olvido. Imaginamos lo que él y tantos otros buenos creyentes contestarán en el valle de Josafat: "Davon haben wir nichts gewusst!". O sea: "¡De esto no sabíamos nada!".

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