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Columna
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El regreso

Rosa Montero

Es el hombre con la cara más parecida a un huevo duro que he visto en mi vida. Me refiero a Luis Roldán, el Renacido. Lo del huevo, por ese rostro ovoideo, sobrenaturalmente soso, impreciso, resbaladizo. Lo de duro, mayormente como metáfora de su inmenso morro. De la noche a la mañana, hale hop, Luis Roldán ha regresado a nuestras vidas. Lo veo de refilón en la pantalla de los televisores y me parece estar contemplando el túnel del tiempo. Pero no, lo malo es que no estamos echando la mirada atrás, sino asistiendo al renacimiento de este tunante. Vivimos en una curiosa sociedad del desperdicio en la que todo se malgasta y todo se tira, menos los bribones. A ésos los reciclamos con fruición.

Se diría que no hay como haber tenido problemas con la justicia para gozar de un éxito loco. Acuérdense del Dioni, por ejemplo, o de Jesús Gil, que pasó varias veces por la cárcel, la primera por la muerte por derrumbamiento de 58 personas, lo cual no es un asunto baladí. La desmemoria humana no tiene límites: recuerdo que, años después del bochornoso escándalo que le expulsó de la Casa Blanca, Nixon hizo una gira por el mundo en plan gran estadista y prohombre honorable. En otros países le recibieron con bastante cautela, pero en España le acogimos por todo lo alto, con audiencias oficiales con el presidente y el Rey, si no me equivoco. Es como si nos gustaran los delincuentes. Los pícaros nos ponen: no olvidemos que hemos inventado la picaresca. De modo que me temo lo peor; veo asomarse a Luis Roldán a la pantalla de los televisores y empiezo a calcular cuánto tardará en convertirse en un tertuliano habitual: su catadura moral encaja perfectamente con el nivel imperante. ¿Y para cuándo un Mira quién baila con Luis Roldán, Amedo y Julián Muñoz, por ejemplo? Dan el perfil de moda y sería un éxito.

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