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Columna
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La caja y el colchón

Doña Rosario sale cada día de su residencia en la calle de Gravina, provista de bastón, para darle aire a las piernas, como ella dice. Cuando la conocí en el bar de Barquillo que hace esquina con San Lucas, sólo hablaba de sus achaques, pero desde que se empezó a insistir en la crisis no habla de otra cosa que de dinero o, por mejor decir, de sus ahorros.

Mi anciana vecina, que es mujer de izquierdas, puso siempre sus ahorros en la desaparecida Caja Postal con el argumento de que para darle a ganar dinero a esos banqueros que lo ganan a espuertas, y a los que ahora hay que inyectarles liquidez, prefería que las ganancias de su libretón se las llevara el Estado. Hasta que sus amigos socialistas la convencieron de que ésa era una idea de vieja y que a la socialdemocracia las bancas públicas le gustaban tan poco como a Esperanza Aguirre. Dios la librara a ella de no ser moderna, con lo que aceptó con resignación partidaria las continuas fusiones y evoluciones bancarias, a través de las cuales su dinero pasaba de un banco a otro con distinto nombre, hasta que el Partido Popular acabó aquel viaje privatizador e hizo banquero mayor privado a un hombre de su entera confianza.

Doña Rosario, en vista de la politización de la caja, está dispuesta a guardar los ahorros bajo el colchón

A pesar de su edad inconfesada, o a lo mejor por eso, ella no quería ser un reducto de la izquierda vieja si los modernos socialistas, que habían descubierto la economía con Miguel Boyer, le aconsejaban poner el dinero en manos de los profesionales privados de las fortunas. Y cuando Boyer, que entró a la izquierda por la puerta del centro y la abandonó por la derecha, se distanció de la admiración de doña Rosario, la vieja renunció a ser moderna, se fue a Caja Madrid, que le parecía un banco en el que su dinero acababa dando dinero para obras sociales y culturales, y allí depositó sus ahorros y los fue incrementando según se lo permitían sus rentas. A pesar de que, tratándose de asuntos económicos, cuando los políticos o sus mandados se juntan, las señales de alerta de doña Rosario se disparan, y en el Consejo de Caja Madrid se juntaban, doña Rosario sentía su dinero a buen recaudo. Tuvo la tentación de retirarlo el día en que se cumplió la voluntad de José María Aznar y se nombró a un amigo suyo para presidir la Caja, pero a aquellas alturas, o harturas, ya no sabía adónde trasladar sus ahorros.

Y menos mal que, llevada por la modernidad, no fue a entregarle su dinero a Botín, por ejemplo, porque ahora, en plena tribulación financiera, no hace más que oír a expertos económicos de lo más in, que hasta hace unos meses renegaban del Estado y le aconsejaban planes de pensiones de salvación segura, añorar bancos públicos para remediar necesidades.

Pero ahora la politización de Caja Madrid se ha incrementado de tal manera, según ella ha percibido, que está dispuesta ya a recoger sus ahorros y guardarlos bajo el colchón de su residencia, lo mismo que unas presuntas corruptas del PP mallorquín pusieron a salvo los beneficios de sus comisiones enterrándolos en el jardín. Le extraña, eso sí, que la presidenta, a quien ella suponía ideológicamente proclive a la desaparición de las cajas, se halle paradójicamente interesada en la intervención de su Gobierno en Caja Madrid, contraviniendo sus arraigadas convicciones de neoliberal profunda.

Y no es poco aguda doña Rosario al sospechar que pudiera tratarse de un interesado manejo de Aguirre para destruir lo que más se parece a una banca pública, quizá al objeto de ser fiel a sí misma por muchos quebrantos que sufra su derrumbada ideología. De no ser así, a la anciana le costaría entender que en época de confianza escasa, la presidenta trate de desbancar al hombre en quien puso todas sus complacencias el más admirado presidente de Aguirre.

Ahora bien, no va a ser doña Rosario la que salga en defensa de Miguel Blesa, quien, a pesar de sus amistades, dicen que ha sido un competente presidente de Caja Madrid, aunque ella al fin y al cabo sepa más de economía, de lo que está convencida que todo el mundo sabe poco, que de las evoluciones de ciertos afectos envueltos en intereses públicos.

Tampoco será ella, por supuesto, la que se ponga de parte de la presidenta para estimularla en sus aparentes contradicciones. Pero como no quiere que su dinero en Caja Madrid sirva para las coartadas de unos y de otras, que en estos asuntos son capaces de ponerse de acuerdo unos contra otros los que ni te piensas, y menos estando como está el patio de los dineros, ha optado por dormir con sus ahorros en el colchón y exigir a la administración que le pague su pensión en ventanilla o que la transfiera a la cuenta de la residencia donde se aloja.

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