Dos caballeros
El jueves chocaron dialécticamente en el Parlamento andaluz dos hombres que reúnen tres responsabilidades máximas: el máximo dirigente de la Junta y el partido gobernante, y el máximo dirigente de la oposición. Arenas acusó a Chaves de que no tenía agallas para dar la cara, y Chaves se irritó, porque "agallas" significa valentía, y a nadie le gusta que le llamen cobarde. Las agallas sustituyen elegantemente a esas glándulas productoras de espermatozoides, "símbolo de la hombría y el valor", según el diccionario de María Moliner, que encuentra la palabra "cojones" especialmente soez. Chaves no se calló, no podía callarse ante una observación tan honda y meditada, y, como informaba Isabel Pedrote el viernes en estas páginas, le dijo a Arenas: "Frente a usted siempre he dado la cara y siempre le he ganado".
El Parlamento se transformó en el ring en el que Hemingway retaba a los colegas para demostrar quién era más hombre, escribiendo, boxeando y cazando. La caza ha sido un atributo viril de los señores rurales, con alto sentido de la familia y de la tierra: Blut und boden, sangre y suelo, que decían los nobles prusianos. Los deportes propios del caballero inglés fueron la pesca del salmón y la caza del zorro. En El fracaso de una misión, de Sir Nevile Henderson, traducido por Manuel Arias Maldonado y publicado en Málaga por la Editorial Alfama, el embajador británico en Berlín entre 1937 y 1939 cuenta una feliz visita al pabellón de caza de Hermann Goering, lugarteniente de Hitler, para tirarle al ciervo. "En la naturaleza todos los hombres son iguales", dice el embajador Henderson. Y enumera a todos los iguales que participaban en la fiesta cinegética: unas cuantas doncellas, un criado, los monteros, los guardabosques, el guardabosques mayor, los señores y sus invitados, los escoltas.
La caza y los alardes de coraje se prestan a la caricatura, y Chaves contraatacó a Arenas pintándolo de cazador a caballo. "Usted, como si estuviera en su Olvera natal, se sube al caballo, otea el horizonte, coge la escopeta y se pone a disparar a todo lo que se mueve". No sé si se caza así en la Sierra de Algodonales, en Olvera, en la frontera de Cádiz con Sevilla, a caballo y con escopeta, pero reconozco que los cazadores con ventaja siempre han sido motivo de deformaciones burlescas, muy útiles en la pelea política. Por ejemplo, volviendo al remoto pasado, el Abc de Sevilla del 1 de septiembre de 1939, día en que Alemania invadió Polonia y estalló la II Guerra Mundial, puso en portada una fotografía del presidente polaco, Moscicki, con el indudable propósito de ridiculizarlo y mostrarlo como un peligro armado al que había que abatir: rifle en mano, sentado junto a un pobre oso muerto. Aquí, en España, la Audiencia Nacional persigue a un periódico vasco por injurias al Rey, a propósito de un chiste sobre un oso cazado en Rusia en agosto de 2006.
Dos películas trataron de la caza en las últimas fases del franquismo, cuando todavía era fuerte la tradición de la cacería como signo de poder social, recreo y propaganda de autoridades, y ocasión para estrechar lazos políticos y económicos: La caza, de Carlos Saura, y Furtivos, de José Luis Borau, que hizo de director e interpretó a un gobernador civil matador de ciervos. Chaves recurrió el otro día a la tradición de caricaturizar al cazador con ventaja, y dibujó a Arenas a caballo y disparando la escopeta sobre todo lo que se mueve. Y, probablemente por pura inercia verbal y mental de los dos protagonistas, entre las agallas de Arenas y el cazador de Chaves, el Parlamento apareció como un escenario lamentable, o tristemente cómico, a la manera en que lo son algunas caricaturas, incómodo para los espectadores cansados del viejo rito viril entre valientes, muy de hombres con agallas y manía de masculinidad dominante.
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