15.000 devotos de Extremoduro se arrodillan ante Robe
Lo que ocurrió anoche en el Palacio de los Deportes no fue un concierto de rock: fue un acto religioso. Pongámonos en situación. Plaza de Dalí, enfrente del Palacio. Dos horas antes el concierto ya se había declarado en territorio Extremoduro. Prohibida la entrada a toda persona ajena a la causa. Cuidado con el perro. Dentro del recinto se viven situaciones que en ningún otro concierto. Minutos antes de arrancar hay tanta excitación y electricidad que pones la mano en cualquier lugar y, una de dos, o saltan chispas o alguien te la muerde. Todo muy animal. Si se encontrara algún despistado entre los 15.000 que se asfixiaban en el recinto, no pararía de hacerse preguntas. ¿Por qué la gente lanza minis de cerveza al aire? Debe de ser porque acaba de empezar el concierto. ¿Por qué suena tan bronco un local modélico por su acústica? ¿Por qué Robe Iniesta canta igual que lo haría un perro con una pata atrapada a una alambrada? ¿Por qué me acaba de ofrecer un trago de su mini un desconocido, teniendo en cuenta que te quitan nueve euros por el brebaje? ¿Por qué Robe permanece tieso como un palo todo el concierto? Hubo un momento especialmente religioso. Mientras el grupo entonaba Buscando una luna se fue el sonido y los músicos, contrariados, enfilaron el camino del camerino. En ese momento, una aficionada sevillana treintañera dijo. "Qué fuerte, como en Jumilla en el 97. Robe es un crack". El grupo regresó a los 10 minutos, interpretó otro tema, y los plomos se volvieron a rendir. Un absoluto desastre. Después de un parón de 20 minutos, Extremoduro volvió al escenario y el concierto transcurrió con cierta normalidad. Ni una protesta. Al contrario: los devotos se arrodillaron ante su Cristo de Dalí. Hoy, otra vez homilía.
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