Sr. Chinarro vuelve a la ortodoxia pop
Siete meses después de su última visita, el sevillano Antonio Luque, centro de gravedad de Sr. Chinarro, paró otra vez en Santiago. En la gira de Ronroneando (Mushroom Pillow), su décimo álbum de estudio, y con El fuego amigo recién reeditado, una Capitol medio llena concedió al sevillano el calor necesario para continuar abriéndose hacia públicos rentables.
Casi 15 años después de Pequeño circo, su debut en Acuarela Discos, Chinarro se enfrenta a sus revisionistas. Tras dos discos maximizados por la factoría Rockdeluxe, en los conciertos de Luque conviven desavisados y los mismos devotos que el viernes exigían chistes, como cuando tocaba en los bares. El grupo tiró de repertorio, y Cabo de Trafalgar, que abrió el concierto, se fue alternando con las nuevas canciones. Quiromántico o Militar fueron contentando al personal que no pretendía escuchar el último disco.
A Chinarro, superviviente del indie español, se le juzga por la sintética desolación de La pena máxima. Pese a temas como Los amores reñidos, la amarga sensación de los chinarristas es que en Ronroneando ha aclarado las letras, ahora basculadas hacia un mensaje que no supera el naif, como en el caso de Tímidos.
La música parece una vuelta a la ortodoxia pop de Chinarro, entre The Cure y el Siglo de Oro, pero no a la experimentación del principio. Después de la época espacial de Kramer, el célebre productor de Galaxie 500, Luque se sumergió en las raíces andaluzas y editó El porqué de mis peinados (1997), posiblemente su trabajo más redondo. Después vinieron algunos discos semiacústicos de tono oscuro, antes de la vuelta a la alegría que supuso El fuego amigo, con la colaboración de miembros de Los Planetas o La Buena Vida, además de Enrique Morente.
En esa época decidió abandonar su trabajo en una fábrica de bollería industrial y vivir exclusivamente de la música. El mismo autor ha declarado que no le importa que este Ronroneando se inscriba en los márgenes del pop-rock. "Me gustaría grabar discos en fascículos", bromeó en su anterior visita a Galicia. Esa duda se repitió en los bises, entre los acólitos que pedían "música triste" y un público escasamente familiarizado con las letanías del pop. Si el cantante ha abandonado "el modo triste de hacer las cosas", según sus propias palabras, queda por saber si tras este disco va a devenir en crooner de sí mismo.
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