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Columna
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¡Al ladrón!

Reconozco que me siento viejo para ponerme las desastradas zapatillas de correr por las calles y volver a gritar de nuevo. Hasta me produce una inmensa pereza el simple hecho de tener que gritar sobre el papel. Pero también es cierto que siempre tuve claro que existen límites, hasta para las crisis económicas, y es evidente que los están traspasando. No estoy muy seguro de que nosotros podemos, como algunos visionarios creen, pero tengo muy claro que llegó el momento de defenderse antes de alcanzar el suelo, el simple nivel de la supervivencia diaria.

Absolutamente nadie ha conseguido explicarnos lo que está pasando, ni la más mínima idea coherente, hasta el tomismo más rebuscado y escrito en alemán hegeliano estaría más claro que los cuentos que nos ofrecen sobre la crisis económica. Y todavía se atreven a decirnos en sesudas revistas internacionales, que estuvimos de fiesta en las últimas décadas, que la fiesta se acabó y que ahora toca pagar el jolgorio. Como si no supiéramos por estos pagos, al menos desde el Lazarillo de Tormes, que si nos dejaron comer las uvas de dos en dos fue porque otros se las comían de ocho en ocho. Que paguen los que inventaron la fiesta, los anfitriones, porque los invitados nos limitamos a saborear unas migajas de libertad que nos vendieron pomposamente como calidad de vida.

Intentan confundirnos hablando de intervención del Estado o hasta de nacionalización, medidas revolucionarias para salvarnos, cuando hasta el más pardillo sabe que los viejos revolucionarios, que eran racionalistas porque eran revolucionarios, se referían a nacionalizar los medios de producción y no los bienes de consumo. En este caso hasta nos dejan los bienes y los males, la casa, el coche, la hipoteca y las enfermedades, total para lo que nos va a servir todo eso, únicamente para seguir pagando y aumentar nuestras deudas. Simplemente se llevan nuestro dinero y nos quedamos con todo lo demás. Nacionalizar el dinero es un viejo chiste que contaban sin mucha gracia los clásicos ladrones de bancos de las películas en blanco y negro. Y, mira por donde, ahí estamos.

Mientras tanto reaparecen los salteadores de caminos, ya sea ofertando gangas que no lo son o imponiendo multas que antes se dejaban correr. Y cuando nos plantamos en la calle reafirmando nuestra ciudadanía, nos tiemblan las piernas porque están horadando el asfalto y vendiendo el subsuelo para rellenar las arcas municipales, porque la superficie ya está vendida y se acabó el negocio.

No deberíamos caer ahora en la trampa de perder el tiempo con el color, el sexo o la triste historia personal de los líderes mundiales, nacionales o locales. De momento, que se dediquen a descubrir quién se llevó el dinero, que nos lo devuelvan y que nos aseguren que esto no volverá a ocurrir. Después ya hablaremos de teoría económica, de política financiera o de los perfiles psicológicos de políticos y seguidores. De lo contrario, por mucha pereza que tengamos, habrá que salir a la calle, gritar, correr y señalar con el dedo al que se llevó el dinero. Y si no lo encontramos a él, al menos sabremos a ciencia cierta quiénes son los responsables.

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