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Columna
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Obama no es gallego

Para comprender el triunfo de Obama hay que recordar hasta qué punto la derecha radical americana, por su rapacidad y falta de escrúpulos, llegó a ser un cáncer para la propia Norteamérica. Su dominio asfixiante estaba interiorizado por la sociedad, que lo sentía como una losa. El Partido Demócrata y su candidato Barak Obama consiguieron vencerlo movilizando todas las energías de la población que estaban desmovilizadas.

Su triunfo es más importante para la propia sociedad norteamericana que para el resto del mundo, pues hoy Estados Unidos no es imperio alguno y tiene que contar con Europa, China, Rusia, India, Brasil... Pero la capacidad de EE UU para crear ideología, modas, iconos, sigue intacta. Ahora nos exporta a Obama y todo el mundo querrá durante un año o dos tener su Obama. Pero la tentación de imitar esa figura daría imitaciones triviales y sin peso, las figuras políticas verdaderamente fuertes son originales y nacen de la propia sociedad que las genera. Obama nació del bloqueo histórico de ese país, de sus graves problemas y de un serio dilema interno: ¿quiénes eran los dueños del país? ¿Los patricios wasp o una ciudadanía diversa, mestiza? Y nació también de la afrenta sin reparación que vivieron hasta hoy los negros americanos (esos a los que con lenguaje importado llamamos ahora afroamericanos, cuando a los blancos no les llamamos euroamericanos).

Uno a veces sospecha que PSOE y BNG menosprecian la movilización social

Aquí no hemos vivido el "momento Obama". Cuando una época está detenida ante un muro, es preciso un cambio enérgico y las esperanzas se encarnan en un líder. Entre nosotros ha habido un cambio político hace tres años, sí, pero no se levantó sobre una movilización social tan numerosa y tampoco existió un liderazgo así. El resultado fue un recambio de administración, una política menos descabellada, más democrática, más transparente en algunos casos e igual de opaca o peor en otros, menos irregular y con las dosis de clientelismo que a esta sociedad le sigue pareciendo aceptable. Un cambio para mejor, pero no un cambio político profundo.

Quizá seamos injustos con el Partido Socialista y el Bloque al pedirles más pues, al cabo, los partidos sólo van a caballo de lo que hay, de la sociedad, y quizá este país no dé para más. Quizá, para que se diese una inflexión, un cambio más radical, tendría la sociedad gallega que sentirse más ahogada, desesperada. Puede ser, pero seguro que también hace falta un liderazgo que encarne la esperanza de una nueva época, que contenga un proyecto nacional mejor que el existente y la confianza en que es posible. Un liderazgo personalizado cataliza y estimula el cambio. En las pasadas elecciones ningún candidato ofreció eso. Núñez Feijóo, lógicamente, no podía, era parte del pasado cuestionado y a superar. Y Touriño y Quintana eran candidatos razonables, pero lo que la sociedad vio en ellos era que ofrecían un recambio de administración, la jubilación de los otros. Lo cual, reconozcámoslo, en aquella Galicia de hace tres años ya era casi un sueño imposible.

El Gobierno bipartito de la Xunta fue eso, un necesario corte con los anteriores, pero no tuvo un contenido político e histórico más profundo. Es probable que, según indican las encuestas, los próximos años vuelvan a gobernar estos dos partidos, pero ¿será esa legislatura una continuación de esta? Si es eso lo que se avecina, entonces puede resultar un momento político contrario al protagonizado por Obama, un desvanecimiento de la débil movilización que permitió en las pasadas elecciones ganar. Por un pelo, por un diputado. Uno a veces sospecha que socialistas y nacionalistas, encerrados de la sociedad, confían tanto en el poder de la administración, que menosprecian la movilización de la sociedad. Las encuestas de ahora no tienen por qué confirmarse necesariamente luego en las elecciones, sin la movilización del entusiasmo y de la esperanza no podrá llegar a la Xunta ningún gobierno progresista. En las anteriores elecciones el mérito del cambio fue principalmente de sectores de la propia sociedad, pero si no se forja ahora un liderazgo esperanzador no se confirmará cambio alguno.

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Dos preguntas. ¿Tenemos necesidad de un cambio más profundo hacia un país mejor o Galicia está envejecida y cansada? ¿Se nos va a ofrecer un proyecto de país y liderazgos que nos puedan ilusionar y mover?

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