_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El poeta

Juan Cruz

Aquel poeta, Manuel Padorno, vivía de noche, como la oscuridad. Pero la luz fue su obsesión, el objetivo de su poesía.

Siempre encontró en la vida algún rasgo de entusiasmo, y cuando no lo había se recluía sobre sí mismo, como si se estuviera ocultando de un espejo roto. Muchas veces le vimos en la alta madrugada, dándole al taco de billar, pensando, con un cigarrillo entre los labios; al atardecer caminaba por la playa que decidió hacer su casa, en Las Canteras, Las Palmas, y ahí este poeta de la madrugada volvía a ser el adolescente guapo que aparece en las fotografías. Un ser misterioso que hablaba hacia dentro.

Murió en 2002, de un infarto, en primavera y en Madrid. Había nacido en Tenerife en 1933; la oleada -Millares, Hidalgo, Chirino- que trajo a Madrid a los insulares de su tiempo lo depositó en medio del asfalto gris de la capital de España. Aquí vivió como un ermitaño, de noche, y de día dormía en una habitación oscurecida. La noche fue su sitio.

Casi toda su vida estuvo pendiente de los otros, como si estuviera seguro de que la vida sería interminable y él ya tendría tiempo de ocuparse de sí mismo. Así que se hizo editor, con su mujer, Josefina Betancor; ella llevaba el trabajo de día y él lo pensaba de noche. Sus desayunos eran los almuerzos ajenos. Como Juan Carlos Onetti, vivía con los horarios cambiados, y daba la impresión, también, de que sus manuscritos estaban ocultos en la maraña bohemia que escondía su apariencia.

Así que cuando murió de un infarto, todo el mundo creyó que el escritor había huido para siempre también con la luminosa idea de escribir intacta. Pero él se guardó durante años el secreto de su propia escritura y, ahora que ya hace seis años que desapareció, su familia, paciente, ha ido desentrañando baúles y cajones y se ha encontrado con una obra abrumadora de la que tan sólo habían sobresalido los cuadros.

Porque también fue pintor Padorno; y ésa fue, y por preponderante, la más notoria de sus actividades; escribía en folios livianos, pero los cuadros tenían su sitio, estaban ahí, eran grandes, lo son. Ahora, en una nave de las afueras de Madrid, reposa esa ingente obra, acariciada con devoción por sus hijas, por su mujer. Ausente el poeta, no sabe, ni sabrá, con cuánta dedicación ha crecido lo que hizo mientras dormía el mundo. Él se habría extrañado de haber sido tan fecundo, porque todo lo hizo como si sólo estuviera inventando formas de jugar al billar de noche. -

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_