Elogio de la bondad
Puede que los buenos sentimientos no hagan buena literatura pero las buenas personas son más interesantes -al menos, a partir de cierta edad- que los malvados. El cine americano nos ha acostumbrado a los héroes negativos, es decir, a los gánsteres, psicópatas o asesinos en serie que, en realidad son críos que han crecido mal, con unos complejos estúpidos y de interés escaso, exceptuado el de su capacidad para destruir y para seducir a una humanidad en fase de infantilización aguda. Henry Bauchau, en El niño azul, nos cuenta de la lucha de una psicoterapeuta para evitar que Orion se transforme en Hannibal Lecter. Él mismo, a lo largo de su provechosa existencia, se ha topado con chavales de características semejantes a las de Lecter, pero, como no cobraba de ninguna major del cine sino de la sanidad pública francesa, ha procurado ayudar al infeliz y potenciar lo que de mejor había en su alma perturbada. Su objetivo en la vida no es llenar la pantalla de vísceras sanguinolentas.
"Dejo que me llegue la palabra de los personajes. Hacen cosas que me sorprenden. No les guío, les acompaño"
Bauchau nació en Bélgica, en Malinas, en 1913. Tienes pues 95 años y sigue escribiendo. "Una hora o dos al día. Y con pausas. No aguanto más", explica. Eso es lo que determina que hoy no sea posible entrevistarle. "Me fatigo enseguida". Cuatro, cinco años atrás, aún te recibía en su apartamento del pasaje de la Bonne-Graine -el nombre no lo invento- para convencerte de la vigencia de los mitos inventados hace cinco o diez mil años. A él le sirvieron para sobrevivir y explicarse el incendio de Lovaina cuando sólo era un bebé, su difícil relación con una madre ausente, su pasión por el reto deportivo o la necesidad de participar en la Resistencia contra el nazismo. Luego vienen los años de psicoanálisis, la aventura pedagógica en Suiza -acabada por un problema de actualidad: la paridad con el dólar- y los años de psicoterapeuta en un hospital parisiense. Hoy vive en las afueras de París, en una casa de madera que fuera el pabellón de Finlandia en una exposición universal de hace más de un siglo.
Ahora se publica en español L'enfant bleu (El niño azul). Es una obra editada en francés hace cuatro años, pero es el fruto de su trabajo como psicoanalista durante muchos años. Su protagonista, el adolescente Orion, que veremos crecer página a página, es un psicótico que el narrador -Véronique- va a salvar del caos al potenciar su talento creador. El relato de Teseo en el laberinto, luchando contra el minotauro para ganarse los favores de Ariadna y cortar el cordón umbilical con una madre omnipresente, sirve para sacar a Orion del magma identitario en el que vivía.
La fama le llegó a Bauchau de mayor, de muy mayor. Es cierto que no empezó a publicar hasta bien cumplida la cuarentena, primero versos, luego teatro, por fin novelas. Y es con Oedipe sur la route (1990), Diotime et les lions (1991) y Antigone (1997) cuando obtiene el reconocimiento de sus pares, es decir, los premios y el ingreso en la Academia Real de Bélgica. El niño azul precede a Present d'incertitude -una nueva entrega de sus diarios, la correspondiente a un periodo comprendido entre 2002 y 2007- y a su nueva novela, Le boulevard périphérique (2008). En el libro se mezcla la crónica cotidiana y la referencia mitológica, el dietario y el análisis psicoanalítico en un conjunto de una rara elegancia y sencillez, de una profunda bondad. Bauchau cree que la cultura -y el arte- sirve para hacernos mejores, pero también sabe que puede utilizarse para lo contrario, que la tentación destructiva, del incendio, de la catástrofe, de la explosión purificadora -o no-, está ahí. Para él y sus pacientes, la gente que ha acudido a su gabinete para analizarse, la vida progresa en ese equilibrio inestable y es hermoso ver cómo Bauchau lo cuenta, cómo celebra que al final Orion logre identificarse con su yo, que consiga incorporarse a un sistema de intercambio y deje de ampararse en un sujeto plural.
Fascinado durante años por la China, Bauchau ha escrito sobre ese país y sus personajes sin haber viajado nunca a Oriente. Le interesa la dimensión mítica del lugar, como le interesan el budismo y el taoísmo porque alimentan su "cristianismo de frontera" abierto a otras formas de espiritualidad. El niño azul no pudo escribirlo hasta "que la persona se convirtió en personaje", es decir, hasta que el Orion adolescente y joven que acudía a su gabinete no se instaló, independiente, capaz de ganarse la vida, como pintor y escultor. El psicótico logra exteriorizar sus demonios exteriores y encauzarlos gracias al arte. Es también el tiempo que necesitan las historias para decantarse y convertirse en texto. "La primera versión la escribo sin saber adónde voy, como en un análisis. Dejo que me llegue la palabra de los personajes, observo su evolución. Hacen cosas que me sorprenden. No les guío, les acompaño. Estoy con ellos sin juzgarles". Luego vienen otras dos versiones, para dar forma y continuidad al material. Para convertir la vida en arte. Y hacerlo de manera que nos pueda ser útil, como ejemplo y, sobre todo, como esperanza. -
El niño azul. Henry Bauchau. Traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar. Pre-Textos. Valencia, 2008. 408 páginas. 30 euros.
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