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Columna
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Manolo el contratista

Estoy de acuerdo en que España debería asistir a esa cumbre de clubes de potencias a los que nunca perteneció, ni siquiera cuando poníamos los pies encima de la misma mesa que el anfitrión, George Bush. Aunque no sé que aportaría España en una cita que reunirá a los causantes del mismo problema que intentan resolver, la supervivencia del capitalismo realmente existente. Ignoro que vaya a asistir alguien que presente ideas alternativas, y todavía peor, además de la de tapar con dinero público los agujeros hechos por la avaricia o la torpeza privada, ignoro la existencia de alternativas en sí.

No creo que nadie vaya a poner encima de la mesa la supresión de los paraísos fiscales que usan tanto honrados empresarios como terroristas y narcotraficantes, atraídos todos por los beneficios de la opacidad y el blanqueo. O la implantación de la tasa Tobin, la propuesta que hizo en 1972 el que sería Nobel de Economía en 1981, James Tobin, de gravar con un 0,5% los movimientos de capital para "introducir un grano de arena en la maquinaria de la especulación". No deja de ser irónico aventurar las aportaciones que puedan hacer sobre la reforma del capitalismo el sucesor de la antigua ideología antagonista, Vladimir Putin (¿mandar a Siberia a los financieros díscolos?), o teóricas naciones que en realidad son reinos feudales familiares, como Arabia Saudí (¿cortarle las manos a los ejecutivos de empresas en bancarrota).

De un grupo con la mitad menos uno de los diputados cabría esperar una estrategia distinta

Que no haya un proyecto alternativo precisamente cuando el sistema se tambalea es una triste paradoja ideológica global, idéntica a la local que sufre el PPdeG. El partido con más y mejor implantación en Galicia se recuperó rápidamente de la ausencia -tan previsible como tardía- del líder sempiterno, pero tardó demasiado en superar el choque de perder el poder. Bien es cierto que el PP matriz se encontraba en una fase estratégica basada en rechinar los dientes, incompatible con el ejercicio intelectual de hacer una pausa, tomar aliento y reflexionar. Así que el PPdeG se resignó a seguir la ruta del tremendismo que le marcaban desde Génova. Hasta que los genoveses cambiaron el rumbo y desnortaron todavía más a los nuestros, que se adentraron todavía más en los procelosos mares del zaplanismo retroactivo.

Todos sabemos que el poder tiene tendencia a sobrarse y que es necesario que alguien (la oposición, los medios, la opinión pública) la contrarreste. Pero de un grupo que posee la mitad menos uno de los diputados por su propio esfuerzo y no porque le hayan tocado los escaños en una tómbola, se esperaría una estrategia distinta y mejor que la de un pequeño grupo que tiene que suplir con imaginación y arrojo el apoyo que le han racaneado los ciudadanos. Es decir, que elabore propuestas y que no queme un debate como el de las políticas de dependencia con asuntos como el neveragate del refrigerador de Quintana, o monte un escándalo con la reforma de la zona de Presidencia en San Caetano o con la renovación de los coches que usaban Fraga o el anterior director general de la CRTVG.

Tan falto de ideas está el PP que su eslógan de protocampaña ("Gracias por nada y adiós al bipartito") es un calco del pensado inicialmente para los socialistas en las pasadas elecciones autonómicas ("Gracias, señor Fraga, y hasta luego"), desechado con el cambio de los spin doctors de Touriño antes de la campaña. En resumen, hace una política débil para consumo del periodismo débil, basado en anécdotas. Quizás se deba a que los medios en Galicia son conservadores por tradición, pero gubernamentalistas en la práctica (mantienen esa ideología, independientemente de quien gobierne) porque han sido adiestrados para ello el último cuarto de siglo, y por ello el PP gallego proyecta mensajes para aquellos medios que en Madrid se han quedado huérfanos con el regreso de Rajoy al sentido común.

No digo que no funcione. Es más, creo que sí. De la misma forma que Sarah Palin se mostró nefasta como candidata a la vicepresidencia pero magnífica como personaje, y que la principal baza de imagen de los republicanos fue airear personas reales como estereotipos, Joe el fontanero o Tito el constructor (un contratista colombiano llamado Tito Muñoz), quizás aquí, para conseguir una fuerte repercusión mediática, deberían crear arquetipos semejantes: Manolo o contratista, un cincuentón cachazudo que no logra que lo den cita en el Sergas, o Vanessa la precaria, una joven que sigue sin encontrar un trabajo digno pese a estar sobradamente preparada. Al fin y al cabo, como se resignaba Ortega y Gasset: "La política es la arquitectura completa, incluso los sótanos".

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