John Rajoy

Hay una coincidencia asombrosa entre la última campaña electoral en España y la actual de los Estados Unidos. La aparición de la niña, de Mariano Rajoy, y de Joe The Plumber (El Fontanero), de John McCain. No es que la niña de Rajoy se pareciese a un fontanero o viceversa. Ni siquiera está claro que Joe El Fontanero se parezca a un fontanero o viceversa. No se llama exactamente Joe y su relación con las cañerías parece bastante ambigua, a juzgar por la airada denuncia del sindicato de auténticos fontaneros que, dicho sea de paso, apoya al candidato demócrata. La gran similitud consiste en la súbita introducción de un personaje inesperado en la campaña, ajeno a la política, y con los rasgos encantadores de un héroe pop-conservador. No se trata de que sustituya al candidato en la atención popular, sino de que actúe como un duende, como un alma externada que lo adorne e idealice cuando el brillo de su propia imagen parece agotado. En principio, la niña y el fontanero fueron un éxito. Tal vez obra del mismo genio o de la misma empresa. Los medios ocuparon espacio, tiempo y comentarios a esa gran innovación del marketing, inspirada en la técnica del relato tradicional infantil. Son recursos tan simples que sólo pueden funcionar con la suspensión de la incredulidad ante una pantalla y en un presunto marco solemne. ¿Por qué en España una niña santa y en Estados Unidos un fontanero alérgico a los impuestos? Imagino las largas sesiones de debate entre asesores de campaña y publicistas. Quizá concluyeron que para McCain el papel de la niña ambiciosa ya lo representa con creces la señora Palin. Mutatis mutandis, no sé si el imaginario de la derecha española está preparado para la idealización del fontanero. Ahora, con la ruptura en Navarra, y la brecha glaciar que se agranda en Madrid con nuestra Señora de Alaska, van a necesitar un buen soldador.
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