"Antes nos escupían en la calle, ahora me siento británica"
Es baronesa, como Margaret Thatcher, pero Pola Uddin nació en Bangladesh. Llegó al Reino Unido con 13 años, se casó con 16, tuvo cinco hijos y, con 38, se convirtió en la primera mujer musulmana en entrar en el club más exclusivo y venerable del mundo, la Cámara de los Lores británica. Lo hizo a petición del entonces primer ministro, Tony Blair, que la quiso recompensar por su lucha a favor de la igualdad de las mujeres y por su ejemplo de participación política como concejal laborista en un barrio marginal de Londres, entre la reticente población musulmana.
Lejos de ser solemne o predicadora, la baronesa podría pasar por una madre británica más que está de fin de semana en Barcelona. Tiene la piel más oscura que la mujer media anglosajona y se viste con más refinamiento, pero a su llegada a la terraza donde almorzamos, con vistas a la ciudad y al mar, reacciona con un asombro de turista ("¡wow!"). Se congratula por el buen día que hace ("¡Pero es casi noviembre...!") y la fina ligereza ("¡Qué rico, Dios mío!") de nuestro menú mediterráneo. Hablamos sobre la convivencia musulmana en Europa, tema de una conferencia a la que le han invitado, pero no deja de reconducir la conversación hacia sus hijos. Los dos mayores se casaron con musulmanas, pero cree que el tercero, hoy en la universidad, no lo querrá hacer, ni quizá tampoco el menor, de 11 años.
La parlamentaria musulmana teme que su compromiso perjudique a sus hijos
"No les voy a obligar a nada. Lo importante es que sean felices", dice la baronesa, que insiste en la necesidad de reventar el mito de la homogeneidad musulmana. "La gran verdad, y es absurdo que estemos obligados a decirlo -es lo que nos hizo el 11 de septiembre-, es que hay tanta variedad individual entre nosotros como con todo el mundo. Yo no digo que todos los adolescentes ingleses son unos gorditos borrachos, pues que tampoco nos encasillen a nosotros".
El comentario parece delatar un leve resentimiento hacia su país adoptivo. "¡No! Para nada. Mire, aunque nací en otro país, me siento muy británica, y muy orgullosa de serlo", dice. Pero no siempre fue así. Recuerda lo que llama "el puro y brutal racismo" cuando llegó a principios de los setenta. "Nos escupían en la calle y la policía no hacía nada". Pero en 30 años todo ha cambiado de forma drástica. "No viviría en ningún otro país. Lo que se vive hoy es mejor que la famosa 'tolerancia' de la que tanto se habla; hay un respeto mutuo basado en una igualdad frente a la ley que no he visto en ningún otro país".
Cree que, en parte, gracias al "trabajo de hormiga" que ha hecho gente como ella misma, actuando como puente entre la comunidad y las autoridades. "He trabajado durante años 18 horas al día, muchas veces con víctimas de violencia doméstica, judías y cristianas tanto como musulmanas. Con cinco hijos ha sido duro".
Tan duro que confiesa que sufre ataques de culpa permanentes, que muchas noches no duerme agobiada por el choque entre sus prioridades como baronesa activista y como mamá. "Es el dilema clásico de gente que se dedica de lleno a pelear por la justicia social. Mi eterna pregunta es si la vida de mis hijos habrá sido afectada de manera negativa por mi compromiso público. Y supongo que no sabré la respuesta hasta dentro de 20 años, con lo cual, una parte mía vive siempre con angustia".
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