"El teatro sin riesgo es un juego burdo"
Menos, quizás, de actor, Antonio Díaz Zamora ha hecho de todo en el teatro durante los últimos 45 años. Director de escena, figurinista, pedagogo, director de ópera y de danza y un montón de cosas más que por ahora quedan entre bambalinas. Vuelve al Talía, de Valencia, y con mucho éxito, de la mano de uno de sus autores favoritos: Miguel Mihura y su Tres sombreros de copa.
Pregunta. Nacer en un teatro, en su caso, el de Ruzafa, en Valencia, parece toda una predestinación, ¿no?
Respuesta. Necesariamente no tiene por qué ser así. En mi caso fue una decisión existencial. Decidí aprender la vida a través del teatro. Hay que ayudar al destino.
P. Empezó a dirigir desde muy joven, simultaneando los clásicos con las vanguardias. Eso en unos tiempos que no parecían propicios para el teatro ni, mucho menos, para las vanguardias.
"Decidí aprender la vida a través del teatro. Hay que ayudar al destino"
"Si pudiera repetir la experiencia, cambiaría una parte del guión"
R. Una vez elegido el camino, lo demás es aprender el oficio, seguir unos principios y estar en alerta constante. Los tiempos eran muy duros, pero el trabajo diario y la fe en el teatro son los mejores maestros. Necesitaba el teatro como el respirar. El teatro clásico español era como entrar en la tradición. Si no hay tradición, es imposible la innovación. Las vanguardias fueron el nuevo lenguaje que buscaba, en el que me sentía expresado. Conseguí formar un equipo artístico, unos actores y una pequeña infraestructura teatral. Por entonces me bastaba para hacer el teatro que quería. A partir de un momento, mi familia me ayudó mucho. No lo puedo olvidar.
P. Su labor docente ha sido espectacular, y me consta que la mayoría de sus alumnos le tienen devoción. ¿Se metió en eso por generosidad, por la creencia de que era preciso echar una mano a los futuros actores? ¿Y le ha deparado más satisfacciones que problemas?
R. Quería, y quiero, transmitir un oficio: una manera de ver y de vivir el teatro. Luego, cada alumno da su respuesta personal. Tengo vocación pedagógica y mi labor docente me ha enriquecido como persona y como director de escena. Sigo manteniendo amistad con muchos de mis alumnos.
P. No sólo fue el primer director valenciano que montó a Samuel Beckett, sino que además supo añadir algunas gotas de clasicismo en puestas en escena con las que podría haber arriesgado menos; a fin de cuentas, el público de entonces apenas si tenía noción de la importancia de esos autores...
R. El teatro sin riesgo es un juego burdo, un engañabobos, un narcisismo vacío. Llega un momento en que no sabes si eres tú el que elige a los autores o son ellos los que, como por arte de magia, te han elegido. Mi respeto por el público es total. Lo aprendí en el Ruzafa, un teatro dedicado a la revista.
P. En su obra como director hay fidelidad absoluta a unas constantes de estilo. Quizás sin saberlo, inauguró precozmente la relevancia del director como responsable total del espectáculo.
R. Desde hace más de un siglo la definición del director de escena es la que usted da: responsable total del espectáculo. Siempre he defendido que todo lo que ocurre en el escenario me incumbe y está bajo mi competencia. Lo aprendí de los grandes maestros. Cada autor tiene un misterio dramático; la misión del director es desentrañar ese misterio y convertirlo en lenguaje escénico. Desgraciadamente, hoy en día se tiende a rebajar esa premisa. Es una gran equivocación.
P. ¿Recuerda con agrado el proyecto de Quart 23/Valencia Cinema o le supuso un derroche de energías que superaba a lo obtenido?
R. ¿Cómo puedo olvidar los aplausos constantes, los bravos, las ovaciones que durante tres meses tuvieron lugar en las representaciones de Las salvajes en Puente San Gil, obra inaugural de Quart 23? Sería un desagradecido.
P. Se mantuvo un tanto distante del teatro independiente. ¿Es una manía mía o hay algo de cierto en ello?
R. Cuando surge el llamado teatro independiente ya llevo haciendo teatro mucho tiempo. Mis preguntas escénicas están planteadas y estoy tratando de contestarlas. Esa distancia se debe a mi apuesta por la dimensión estética del espectáculo.
P. Tampoco ha desdeñado el compromiso de primera línea, como ser el primer director del Centre Dramàtic. Yo creo que lo pagó muy caro, pero en fin. ¿Queda algo del espíritu y objetivosque llevaron a la creación del Centre?
R. Fue el peor negocio de mi vida teatral. Me pudo costar la fe en el teatro y acabar con mi carrera profesional. Me salvó que yo creía en lo que estaba haciendo. Necesitaba tiempo. Las rivalidades políticas dentro de un mismo partido, los intereses personales, la miopía de una incipiente profesión teatral dieron al traste con todo esto. No, no queda absolutamente nada de lo que puso en marcha el Centre Dramàtic. Fue arrasado. Creo que se han perdido veinte años irrecuperables de teatro público.
P. Ha contribuido a crear multitud de espectadores para la escena. ¿Cree que habría sido más provechoso aficionarlos a otra cosa?
R. Capto, y me gusta, la ironía de la pregunta, pero el público es la razón de ser del espectáculo.
P. Estrena el Mihura por excelencia. ¿Está contento? ¿Sigue en pie su admiración por los autores españoles de esa época?
R. Sí, estoy contento de haberme confrontado con esta comedia insólita y rara, llena de risas y de tristeza. Parece que está siendo un éxito, y eso que mi lectura escénica es más dura de cómo se ha representado hasta ahora. Mi admiración por esos autores sigue intacta.
P. A su manera, usted resume 45 años de escena valenciana. ¿No es una pesada carga ser una especie de emblema? ¿Repetiría la experiencia o cambiaría el guión? ¿Es fácil ser Antonio Díaz Zamora en Valencia?
R. Un emblema es algo ya fijado, y por tanto una carga que limita. Sin duda, si pudiera repetir la experiencia, cambiaría una parte del guión. En ocasiones, pocas, ser Antonio Díaz Zamora en Valencia puede parecer gratificante. Pero, en general, como diría Mihura, es una lata.
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