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Cosa de dos
Columna
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Fracaso

Juan Cruz

A veces la máquina recuerda el pasado con la frialdad de un bisturí; por ejemplo, estos días dice, a cada hora, que debo recordar que mañana, 24 de octubre, cumplirá años Rafael Azcona; como la máquina ni tiene memoria ni la desea, olvida que el gran maestro murió en marzo de este 2008, un año de tantas tristezas. Y si la máquina no recibe un manotazo de realidad, es decir, una tachadura, lo seguirá diciendo, hasta cuando ya nadie reciba el resultado ahora también infructuoso de su recuerdo.

La muerte es el fracaso de la vida. Y la vida es un continuo asalto del fracaso. La televisión, que nació para hacernos la ilusión de la vida continua, porque lo que está filmado siempre parece vivo, tiene la costumbre de convertir el triunfo en asunto de sus programas; aunque hablen de sus fracasos, los protagonistas de esos espacios simulan que han triunfado, e incluso cobran por sus fracasos, cobran más si su fracaso es más sonado. Algunas televisiones hacen del fracaso (es decir, del accidente, del suceso) comida cotidiana de sus informativos.

Anteanoche María Escario llevó a sus minutos deportivos en el Telediario de Lorenzo Milá un extraño triunfo, el de un ciudadano cualquiera que consiguió en una especie de concurso que Tiger Woods, el extraordinario golfista, le sirviera de caddy. Lo que se veía en ese insólito minuto de información es que al triunfador su victoria le pareció una pesadez, porque no pudo disfrutar de sus mediocres golpes a su gusto, sino bajo el insoportable hedor del neón que va con las cámaras. Así que el saludo con que distinguió a Tiger Woods no pudo mostrar una repulsión más evidente. Fue un instante raro en la tele: un hombre le va a dar brillo a otro, y éste lo rechaza.

Estos días en que se ha producido el cumpleaños imposible de otro genio (Jorge Oteiza, 100 años) he recordado más de una vez la frase que tuvo para el triunfo el estrafalario, estimulante maestro: "No voy a ensuciar mi currículo de fracasos con una victoria de mierda". Azcona hubiera celebrado la misma sentencia, y luego se hubiera tomado un rioja.

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