Muertos sin sepultura
¿De qué se trata, al fin y al cabo? ¿De volver al guerracivilismo? No se dedica a otra cosa desde hace muchos años la emisora de los obispos, y la jerarquía católica todavía no se ha desmarcado del protagonista de semejante juerga. El asunto llega hasta el punto de que el otro día un representante valenciano de lo que queda de la Falange (no sé si de la auténtica o de la vendida) se atrevió a decir que la Falange nunca había alentado "la violencia gratuita". Faltaría más, lucero, ya que siempre alentó y practicó la dialéctica de los puños y las pistolas, engrasada con toneladas de aceite de ricino, para hacerle el trabajo sucio a la patronal machacando obreros y campesinos y suministrando una risueña ideología al jefe, que carecía de ella tanto como de escrúpulos. ¿O es que ya no se acuerdan de quién llevó a García Lorca, como a tantos otros, a la muerte? Lo más gracioso sobre este asunto de Garzón y sus propósitos lo ha dicho alguien con cierta mala sombra pero con veracidad: "Lo peor es que si el procedimiento lo lleva Garzón, Franco quedará absuelto". ¿Y de qué quedará absuelto Franco, ese mequetrefe que recurrió al superlativo para glorificarse? De haber alentado, preparado y consumado un golpe militar que por sus características intrínsecas incluía la liquidación física de sus adversarios políticos en el mayor número posible. Y eso, hasta mucho después de la contienda propiamente dicha, por lo que el Alzamiento fue el primer paso de una intentona destinada a rematar la faena caso de obtener la victoria.
Que el juez Garzón solicite ahora el certificado de defunción de Franco y de algunos de sus compinches puede mover a cachondeo, cuando se trata de una diligencia necesaria para seguir con el procedimiento. Se tiende a olvidar (el mismo Fraga Iribarne parece instalado en un limbo un tanto sospechoso) que la Guerra Civil fue, para los facciosos, el prólogo de una intervención más amplia, más planificada y a más largo plazo para limpiar la patria de rojos. El Régimen que salió de todo aquello siguió asesinando, por fusilamiento o por consunción deliberada, hasta muchos años después del famoso parte del cautivo y desarmado, que no era precisamente una chusca estrofa de un libreto de zarzuela.
Los descendientes de los muertos sin sepultura tienen todo el derecho a reclamar del Estado la ayuda necesaria para localizar los restos mortales de sus antepasados. Eso, como primera providencia, porque quien no sepulta a sus muertos padece para siempre una vida de desasosiego. Pero hay otro derecho, derivado también de aquellos terribles hechos comandados por el general Franco hasta su flatulenta muerte. Es el de los miles de obreros, sindicalistas, enseñantes y otros compañeros remotos de alegrías atrozmente frustradas que fueron represaliados y padecieron una vida de miseria y de pánico sin necesidad de ser ejecutados en un descampado en el fragor la batalla. Hay esa otra batalla, más silenciosa y acaso más terrible, de los que sobrevivieron, no sé yo si a su pesar, y salieron de las cárceles para reencontrarse con sus vidas destrozadas para siempre. ¿Cuántos niños de la época hubieron de soportar el estigma de ser insultados por sus compañeros de colegio o de juegos callejeros como hijos de rojos, hasta el punto en muchos casos de tener que renegar de sus padres para no seguir siendo humillados?
Los huesos de los muertos y el sufrimiento de los que sobrevivieron a la tediosa malignidad del Régimen. Ignoro si eso es materia judicial, pero debería serlo en una democracia que todavía no ha condenado con firmeza la barbarie franquista. Ya va siendo hora de decir, tots a una veu: Franco ¿por qué no te callas?
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