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Análisis:Cosa de dos
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Boquitas

Enric González

Estas cosas suelen empezar de forma ligera, casi en broma, con el tono jocoso que caracteriza el debate político. A veces, la cosa es tan sutil y espontánea que pasa casi inadvertida. Como con el epíteto "asesino", dirigido a Aznar, o el de "terrorista", dirigido a Zapatero. Nadie le da importancia a eso: son cosas de la política.

Con el hábito, el debate de ingenios va haciéndose florido. Y adquiere una singular altura intelectual cuando lo practican los veteranos del parlamentarismo: recuerden aquello de "mariposón", en boca de Alfonso Guerra, y aquel seco y enjuto "imbécil", en boca de Felipe González. En ambos casos, el beneficiario era Rajoy. Que también sabe decir cosas muy graciosas. A Zapatero, sin ir más lejos, le ha llamado "bobo solemne", "cobarde" e "irresponsable".

El juego social practicado por los políticos adquiere profundidad teórica en manos de los grandes ideólogos. Citemos a José Blanco, vicepresidente del PSOE, definiendo al PP: "Una derecha xenófoba, rancia, indolente y trasnochada". Esa descripción, quizá un punto maliciosa, obtuvo una cordial respuesta de González Pons, vocero popular: "Pepiño Blanco es un demócrata de pacotilla, un minidemócrata, le encantaría que no existiera el PP y vivir sin un sistema democrático; sólo quiere liquidarnos, busca nuestra eliminación por todos los medios".

Por supuesto, la amistosa logomaquia constituye una bella tradición de la política española. Como tal, es respetada y aplaudida. A nosotros, el público, nos encanta: si no fuera así, ¿por qué elegiríamos a representantes tan lenguaraces?

El problema llega cuando el político, habituado a soltar libremente el gracejo en su entorno natural, se desplaza a un ambiente más selecto, donde las normas de conducta resultan envaradas. Como, por ejemplo, un estadio de fútbol. José Blanco, reputado por su bonhomía, no reparó el domingo en que se encontraba en una grada, un lugar poco apropiado para la expansividad que tanto aplaudimos en los políticos. Y dijo lo de "tengo un asco al Madrid que no lo puedo ni ver". Si hubiera dicho "tengo un asco a Rajoy que no lo puedo ni ver", no habría pasado nada. Pero lo dijo del Madrid. Eso es otra cosa. Y ya ven la que se ha montado.

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