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Columna
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Terapia de grupo

Los empresarios alicantinos han recurrido a la terapia de grupo para enfrentarse a la crisis económica. En los últimos días, se han celebrado tres actos donde la expectación ha sido enorme. Convocadas por la patronal, la Cámara de Comercio y con la presencia de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, las reuniones han tenido llenos absolutos. El momento es de una gran incertidumbre, y todo el mundo busca respuestas a la situación. El análisis de la crisis realizado por los especialistas ha resultado excelente: los economistas, que rara vez aciertan a predecir lo que ocurrirá, suelen explicar muy bien los hechos una vez que estos se producen. A estas alturas, todo el mundo tiene ya una idea formada de las causas que nos han llevado a este punto; otra cosa es que aceptemos tener alguna responsabilidad en el asunto.

Una de las intervenciones más llamativas fue la del director general de la CAM, Roberto López, quien propuso una amnistía fiscal para el dinero negro. La propuesta de López recibió las críticas de quienes la consideraron poco apropiada por su falta de ética. Convendría matizar estas objeciones. López no es un político y quizá pecara de ingenuidad al pronunciar esas palabras; pero se limitó a formular en voz alta la lógica del mercado. Se calcula que, ahora mismo, hay 60.000 millones de euros en dinero negro que, si afloraran, permitirían a la economía funcionar durante dos años. El razonamiento de López es el del banquero que precisa disponer de dinero y ve en ello una solución. No nos escandalicemos: a fin de cuentas, su pretensión se nutre de la misma lógica que lleva a Camps a premiar a Carlos Fabra.

Al margen de la propuesta del director general de la CAM, no hemos oído otras sugerencias de calado en estas reuniones. Se han producido, sí, las del presidente de Coepa, Modesto Crespo, que ha pedido al Gobierno una bajada en los impuestos y facilidades para el despido. Pero esta canción es la que escuchamos cada vez que la economía se debilita y los empresarios pasan apuros. Esperábamos que el presidente de la patronal aportara alguna idea nueva y rigurosa para hacer frente a la crisis. Cuando se pretende dar ánimos al empresariado, uno tiene la obligación de esforzarse algo más.

No tienen suerte los patronos alicantinos con sus representantes. Los últimos presidentes de Coepa han dado la impresión de vivir fuera de la realidad empresarial. Cuando, estos años pasados, el calzado se debatía entre dificultades, y el textil pedía ayudas para su reconversión, el señor Rocamora proponía desmantelar la industria y sumarnos a la gran fiesta de la construcción. De haber apoyado aquellos planes del Impiva que jamás llegaron a ejecutarse, es probable que la industria alicantina estuviera hoy en mejores condiciones de enfrentarse a la crisis. Pero el primer mandamiento de los presidentes de Coepa ha sido no incomodar al Consell.

Cualquier economista le dirá al señor Crespo que bajar los impuestos y facilitar los despidos no es la solución. La medida daría un respiro a las empresas, pero, al cabo de un tiempo, volveríamos al punto donde nos hallamos. El problema de nuestra economía -al margen de la crisis financiera actual, que plantea problemas de otra índole- es, sobre todo, de formación y productividad. No tuvimos ningún interés en aprovechar los años de bonanza económica para reducir nuestra distancia con Europa. Podríamos haberlo hecho, desde luego, pero, en lugar de aplicarnos a ello, preferimos buscar el favor político y hacer dinero con facilidad.

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