Agüero en la tormenta
El ídolo del Atlético, exhausto y muy solo frente al Madrid, vive una noche desesperada
Sergio Agüero se llevó las manos a la cabeza y se quedó unos segundos mirándose los pies. Parecía buscarlos, entre la hierba, como intentando verificar que aún seguían ahí. Que lo que sus brillantes botas de Nike ocultaban no eran prótesis, ni espacios vacíos. Así estuvo unos segundos. El árbitro acababa de pitar el final del primer tiempo y el mejor jugador del Atlético parecía sumido en un profundo estado de desconcierto. Mezcla de fatiga y alucinación.
Agüero acababa de desperdiciar la ocasión más clara de su equipo. Se había quedado solo frente a Cannavaro y había optado por pasarle la pelota a Forlán, que lo acompañó más centrado. Que un habilidoso como él despreciara un mano a mano contra un central poco habituado a este tipo de situaciones reveló que estaba exhausto. Que el pase a Forlán se desviara diez metros agravó el diagnóstico. Ayer, más que nunca, el Atlético necesitó de su futbolista más brillante. Sin embargo, el pequeño delantero hizo un partido mediocre en la primera parte. En la segunda, mejoró. Contra el Madrid, el argentino dio otro paso hacia la penuria. Su deterioro físico y anímico es tan abrupto en octubre como efervescente fue su crecida en septiembre. La hinchada del Calderón lo observó medio horrorizada cada vez que cogió el balón. El hombre hizo de cada intervención un gesto desesperado. Una exhibición de impotencia. Su actitud era la propia de los jugadores que saben que no están en condiciones.
El Frente desplegó una pancarta y guardó un minuto de silencio en honor de Jörg Haider
Agüero tiene 20 años y una tormenta en la cabeza. En los últimos cinco años ha pasado del caos de la villa de lata donde vivía al caos de su discurrir actual. Recién ha salido de la adolescencia y ya tiene que hacerse cargo de unas cuantas empresas titánicas: alimentar a su clan, rescatar al Atlético de la miseria deportiva, clasificar a la selección argentina para el Mundial de Suráfrica, y hacerse cargo de Maradona y su familia. Nada menos. El derby fue un peldaño más. Lo afrontó agotado, después de un viaje devastador a Argentina, donde jugó dos partidos con su selección y fue criticado públicamente por el seleccionador, Alfio Basile, que lo calificó de "desastre". Basile, considerado por sus coterráneos como el último mohicano de los defensores del código ético de los vestuarios, le propinó el golpe más alevoso que jamás dio un entrenador a un jugador acudiendo a la prensa.
El Atlético está tan mal que Agüero, soportando esta montaña de problemas, a sus 20 años, fue su mejor arma frente al Madrid. La afición del Atlético lo contempló con desolación. Los fascistas del Frente Atlético aprovecharon el sentimiento de melancolía que los invadía para homenajear a Jörg Haider, el líder de la ultraderecha austriaca fallecido la semana pasada en un accidente de tráfico. Los radicales rojiblancos, a quienes la Policía Nacional nunca castigó como a los radicales del Marsella, desplegaron una pancarta en honor al austriaco y guardaron un minuto de silencio. Por entonces el Atlético perdía 0-1 y su entrenador, Javier Aguirre, intentaba reorganizar sus tropas tras la expulsión de Perea.
Tras la goleada en el Camp Nou (6-1), y el gol de Van Nistelrooy en el primer minuto de partido de ayer, el entrenador del Atlético atravesaba una de esas coyunturas que llevan a los técnicos a bordear el despido. No se sabe si pensaba en el finiquito mientras se acariciaba el mentón, en completo silencio, aparentemente ausente, tras el gol de Van Nistelrooy. Lo primero que se le ocurrió para reparar el hueco que dejó Perea fue meter a Antonio López en el lateral derecho. Tras la expulsión de Van Nistelrooy el resultado fue que el Atlético se quedó con cuatro defensas para parar a dos delanteros. Le sobraba uno. Y Antonio López habría sobrado en cualquier caso. Zurdo cerrado como es, en la banda derecha no servía ni para robar ni para jugar. Todas las jugadas le pillaban mal perfilado. Todos los pases los recibía a contrapié. Todos sus centros iban al portero. A Casillas. Los 200 Ultras Sur concentrados en el Calderón gritaban: "Se toca, se siente, el Frente es impotente". Los radicales del Madrid, hermanos ideológicos de los del Atlético, se dedicaron a agitar la coctelera. La humillación en el Manzanares fue total. Para desquitarse, el Calderón entero se ensañó con Raúl. El estadio fue en clamor. Un cántico multitudinario recordó a Raúl el nombre de su Némesis: "¡Luis Aragonés, Luis Aragonés!". Higuaín les dejó helados.
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