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Columna
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El coro de 'El rey que rabió'

La crisis financiera de origen estadounidense y alcance mundial continúa siendo objeto de los diagnósticos más dispares y de las recetas más diversas, a la espera que el principio de la prueba y el error vaya descartando los tratamientos insuficientes, inútiles o incluso contraproducentes. El temor a que el crash de la Bolsa y la reducción y encarecimiento de los créditos dejen paso a una larga etapa de profunda depresión ha despertado a los neocons y asimilados de sus dulces sueños sobre el fin de la historia y el comienzo del eterno reinado del mercado como único soberano de la humanidad.

¿Podrían volver Estados Unidos y Europa al desempleo masivo, las quiebras empresariales y bancarias, la miseria social y la desesperación ante el futuro de la negra década de los años treinta del siglo XX? Según John Kenneth Galbraith, la Gran Depresión fue para los americanos una experiencia tan traumática como la Guerra Civil de Secesión: "En 1933 había casi 13 millones de trabajadores en paro, es decir, uno de cada cuatro del total de la fuerza de trabajo del país" (El crash de 1929, Ariel, 1985). El ascenso de Hitler al poder hubiera sido inimaginable sin el desempleo galopante inducido por la crisis a comienzos de la década; los nazis obtuvieron en mayo de 1928 el 2,8% de los votos pero lograron en septiembre de 1930 el 18,1% y en julio de 1932 el 37,4%.

Zapatero y Rajoy se reunieron ayer tras una semana de alta tensión entre el PSOE y el PP

Economistas e historiadores continúan sin ponerse de acuerdo sobre las causas de la Gran Depresión de 1929 y las medidas que hubieran podido evitarla o al menos acortar su duración y moderar sus efectos. No es de extrañar, así pues, que los políticos (y su séquito de periodistas y tertulianos) recuerden demasiadas veces, cuando discuten sentenciosamente sobre la crisis de 2008, el coro de doctores de la zarzuela de Ramos Carrión, Vital Aza y Chapí, El rey que rabió. Tras estudiar los posibles síntomas de hidrofobia del perro magnicida ("con la lengua fuera, torva la mirada, húmedo el hocico, débiles las patas, muy caído el rabo, las orejas gachas"), los galenos también llegaron a la conclusión de que esos indicios lo mismo podían ser prueba de la rabia que de la simple sed del pobre animalito.

Tras un año de inquietud y varias semanas de infarto en las Bolsas, el presidente Zapatero cayó finalmente en la cuenta de que no basta el optimismo antropológico para crear puestos de trabajo; a partir de ese momento se ha enfrentado con decisión, rapidez y acierto a la grave crisis del sistema financiero en unión de los restantes jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. El PP, en cambio, parece haber puesto a remojo sus iniciales propósitos de comportarse durante esta legislatura como el partido de la oposición que aspira a convertirse democráticamente en alternativa de poder. Las primeras ofertas de Rajoy a Zapatero para alcanzar entendimientos frente a la crisis (forzosamente parciales, pues de lo contrario sería un Gobierno de coalición) dejaron paso a la intempestiva exigencia de retirada de los Presupuestos del Estado y a la irrealizable pretensión de que el jefe del Ejecutivo consensuase previamente con el líder del PP todas las decisiones sobre la crisis, incluidas las adoptadas en las cumbres europeas.

La indiscreta confidencia hecha por Rajoy a Javier Arenas -en la creencia de que el micrófono de la mesa compartida estaba cerrado- sobre el aburrimiento que le producía asistir al "coñazo" del desfile militar del 12 de octubre confirma que el lenguaje de los políticos diverge según hablen en público o en privado. Aun así, resultó excesivo que el líder del PP acusara al presidente del Gobierno de albergar el propósito prevaricador de "repartir entre sus amiguetes" los 30.000 millones de euros del Fondo para la Adquisición de Activos Financieros. Los hechos dirán si la entrevista celebrada ayer entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición corregirá o no ese peligroso rumbo de desentendimiento.

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La evidencia irrebatible de que el origen de la crisis financiera se halla localizado en Estados Unidos y sus efectos tienen alcance mundial pone en ridículo el provincianismo mental del PP, que imputaba al Gobierno de Zapatero la entera responsabilidad de la mala situación de la economía española. Tal vez los dirigentes populares estén empezando a reflexionar sobre las repercusiones para su causa del naufragio del modelo político-económico de Reagan y Thatcher -basado en las privatizaciones, las desregulaciones y el adelgazamiento estatal- abrazado con tanto entusiasmo bajo la presidencia de Aznar. El historiador Peter Temin, profesor del MIT, ya apuntó en su día (Lecciones de la Gran Depresión, Alianza, 1994) que las ideas de libre mercado capitalistas prosperan en épocas de estabilidad, en tanto que las ideas socialdemócratas ganan terreno en tiempos de depresión por su defensa de la planificación económica y la distribución del dividendo social. La divertida transformación del PP en fiero flagelo de los banqueros y ardiente paladín de las pequeñas empresas podría explicarse por ese temor.

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