Delirio en el reino animal
McQueen se apunta a lo salvaje con una colección llena de fieras y paisajes - Vientos del desierto en las propuestas de Chloé y Gaultier para Hermès
Tras un mes de desfiles, el músculo de algunas ideas las coloca en la delantera en la carrera de lo relevante. Es el caso de lo salvaje. Diseñadores tan dispares como el joven Christopher Kane, en Londres, o la respetada Miuccia Prada, en Milán, han reaccionado a la decadencia del sistema económico y al impacto medioambiental, buscando en la prehistoria una suerte de edén y esquivando tópicos como el leopardo, los Picapiedra o Rachel Welch. El viernes por la noche, en París, Alexander McQueen se apuntó a esa liga.
El británico, de 39 años, ha estado reflexionando sobre Darwin y el efecto de la industrialización en la naturaleza. El tema no será original, de acuerdo, pero no por ello dejaron de serlo los resultados. En el nuevo centro artístico y cultural de la ciudad, Cent Quatre (que se inaugurará el próximo día 11), colocó una gran pantalla con un globo terráqueo que luego se convirtió en un inquieto globo ocular: a McQueen nada le gusta más que la casquería. Precedidas por un audio de aves y flanqueadas por leones, elefantes, tigres y una jirafa (disecados, claro), aparecieron las modelos. McQueen insistió en que su intención no era adoctrinar, lo que quedó claro desde el vestido estampado con nudos de madera o los que, ajustadísimos, estaban cubiertos de flores que serpenteaban por el cuerpo gracias a las transparencias. Si transmitían algún mensaje era deseo y belleza. Esta idea era fácil en la primera sección del desfile, inspirada por una ficticia naturaleza virgen, con estampados entre la psicodelia y el delirio. Flecos en degradado de gris a rosa sugerían el pelaje de alguna especie imaginada y un ajustado mono con escamas tornasoladas se llevaba con un abrigo estampado con misteriosos paisajes, insinuando las profundidades de un reino animal desconocido.
Ayer se confirmó la salida de Alessandra Facchinetti de Valentino
En la parte final, cuando el hombre llega a ese mundo perdido y lo destruye, el material era mucho menos sugerente y, para compensar la carga sombría del negro y el gris, McQueen utilizó extensamente los apliques de cristales. Pero los vestidos-bustier y monos tuvieron mucha menos gracia que la última salida. Alguien (se supone que el diseñador) salió a saludar al final disfrazado de conejo gigante, cabeza de peluche incluida. Demostrando que, aunque la moda se vista de seria, moda se queda.
Mucho menos sorprendente que el atuendo elegido por McQueen fue el anuncio ayer de lo que todos daban por hecho el viernes: la salida de Alessandra Facchinetti, diseñadora de Valentino, quien será relevada por Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli, hasta ahora encargados de la división de accesorios de la casa. En todo caso, lo que todo el mundo quería descubrir ayer es el conejo que había en la chistera de Hannah MacGibbon. La británica de 38 años se estrenó ayer al frente de Chloé tras el batacazo de Paolo Melim Andersson, que sucedió a Phoebe Philo y sólo duró tres temporadas. Andersson se estrelló al tratar de seguir un camino distinto al de la dulce y elegante feminidad de Philo, que en la cima de su éxito (en 2005) dobló las ventas de la marca.
El juego de matrioskas que es este baile de diseñadores se complica si se tiene en cuenta que MacGibbon fue la ayudante de Philo durante cinco años y que ésta, a su vez, lo fue de Stella McCartney, que le precedió en el cargo. Philo acaba de anunciar que volverá a escena en marzo, cuando presente su primera colección para Celine. MacGibbon no teme a las comparaciones y ha declarado que hacen falta más mujeres diseñando.
Pero lo que se vio en su debut fue una colección de vocación respetuosa y ejecución dudosa. Si algo no puede permitirse una marca como ésta es que la ropa no favorezca, y el "homenaje a la mujer y su generosidad" se tornó en formas precisamente demasiado generosas y no siempre bien resueltas. Los pantalones bombacho, altos de cintura y atados con grandes lazos, avivarán una tendencia que ya ha prendido, pero viendo cómo les sentaban a las escuálidas y altísimas modelos es difícil imaginar cómo se las apañarán otra clase de mujeres para sortear el efecto pañal.
Los vientos del desierto que Chloé invocó en su paleta cobraron la intensidad necesaria dos horas más tarde en Hermès. Allí, si de madurez se trataba, se impartió toda una lección. Sobre la arena que cubría la pasarela, armadas con puros y sombreros, dos espléndidas y carnales mujeres protagonizaron uno de los mejores momentos de la semana. Naomi Campbell y Stephanie Seymour, con muslos y espaldas al aire, le dieron sustancia a una colección clásica en concepto y realización. Jean Paul Gaultier, diseñador de la firma, condensó muchas de las ideas que han sobrevolado estos días (Givenchy también repensó la mujer cowboy) y las llevó al terreno vedado de Hermès. En manos de sus exquisitos artesanos, ponchos, ante y flecos, paradójicamente, parecieron más franceses y auténticos que nunca.
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