Manada por familia
Lo último de Pau Miró (1974) es una fábula que como tal tiene a un grupo de animales, búfalos en concreto, por protagonistas. Su función no es tanto didáctica como resumir en la hora y cuarto que dura el montaje las complejas relaciones que pueden darse en el seno de una familia y la dinámica de ésta con el entorno. No hay moraleja. Los vínculos son los que son y, a través de estos enormes bóvidos, que no acaban de hundirse de todo en el lodo de las zonas pantanosas por las que se mueven, el espectador puede llegar a reconocerse. Primera entrega de una trilogía que se completará próximamente con otros colectivos de cuadrúpedos, a saber Lleons y Girafes, Búfals tiene un punto de conexión con Bales i ombres, ese western contemporáneo que Miró estrenó hace un par de años en el Lliure: hay, no sólo un paisaje común (en Búfals se proyectan imágenes de llanuras desérticas), sino también un lirismo que comparten ambas piezas y que tiene que ver con la carga emocional de unos personajes desamparados y perdidos, ya sea en el Lejano Oeste, ya sea en una lavandería, como es el caso que nos ocupa.
BÚFALS
Texto y dirección: Pau Miró. Intérpretes: Helena Font, Anna Alarcón, Bernat Quintana, Guillem Motos, Òscar Muñoz. La Planeta. Girona, 2 de octubre.
Búfals son cinco hermanos que nos cuentan su historia desde su infancia en primera persona del plural. Cada uno va desgranando un fragmento de esa narración. La evolución, en definitiva, de unas vidas anodinas que se dejan arrastrar como tantas por el contexto que las delimita es el trasunto de una pieza que se nutre constantemente del paralelismo que Miró traza con los animales del título: manada y familia como sinónimos, paisaje escabroso por Raval barcelonés, instintos animales como motor de la dinámica entre acción y reacción. Obra narrativa que salta del pasado al presente huyendo en todo momento del melodrama, Búfals se ve reforzada escénicamente por pequeñas acciones (canto, baile) que sirven de feliz contrapunto a un texto que a palo seco sería más bien duro, por triste. Y es que los intérpretes logran transmitir un nexo común, una falta de cariño, de lo más tierno, y a pesar de lo repetitivo que es a veces su discurso, caen muy bien.
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