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Columna
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La pianista silenciosa

Existen mil tipos de heridas en el alma, un millón de cuchillos y cientos de centímetros cuadrados de sentimientos donde asestar el golpe, pero uno de los sufrimientos más crueles es no volver a tocar un instrumento. Separarse de la música, esposarse al silencio es una demoledora condena para quien ha disfrutado con el puzzle de una escala.

En Vicky Cristina Barcelona se reflexiona sobre la frustración de no poder expresarse artísticamente, sobre la desazón de carecer de talento para exteriorizar plásticamente las emociones. Pero quizá el verdadero drama es haber gozado de esa facultad y haberla perdido. Una de las escenas más tristes de otra película, El Pianista, retrata a Adrien Brody frente a un piano en una casa-refugio de Varsovia. Hace meses que no toca el instrumento y necesita las notas como la carne o el fuego. Sin embargo, debe guardar silencio en el piso franco y limitarse a mirar el teclado igual que el mendigo observa el fiambre al otro lado del escaparate.

Quien ha tenido una relación con el arte no ha podido olvidar esa aventura

Eso es lo que le ocurre a una pianista residente en Madrid llamada María Luz Ortueta que, por culpa de una negligencia médica, ya no tocará jamás. Un error durante el posoperatorio le ha atrofiado una mano. La músico denunció el caso y ha sido indemnizada con 20.000 euros. La compensación económica no sólo se aleja drásticamente de los 65.000 que pedía, sino que nunca reparará su lesión física ni emocional.

Imagino a María Luz en casa, mirando el piano ensombrecido y mudo en una esquina de la habitación, abandonado como un galeón naufragado con un tesoro de notas que nadie rescatará. Quizá otros lo vuelvan a tocar, pero la música de la pianista se habrá hundido para siempre en el ataúd de cuerdas.

Qué desolador resulta renunciar a una pasión. A veces no es necesario dedicarse profesionalmente a ella, es más, cuando una gran afición se convierte en un trabajo, una parte de ese goce se envilece. Es insoportablemente melancólico escuchar a personas mayores confesar que abandonaron (por castigo, por trabajo, por la guerra...) devociones que han quedado ligadas a sus mejores días. Ancianos que hace décadas cantaron en un coro, pintaron cuadros, escribieron poesías... Momentos felices que vuelven a brillar con sólo pronunciarlos, escarceos artísticos que los años fueron enterrando pero que, en realidad, no han dejado de latir bajo la tundra de sus vidas.

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Quien ha tenido una relación con el arte, quien ha sufrido los desplantes y las caricias de la inspiración, quien ha probado a ser él mismo en forma de acorde o de pigmento, de talla o de verso, no ha podido olvidar esa aventura. Enredado en una relación incombustible, así sigue el artista o el que lo soñó ser, el consagrado y el primerizo, el bueno y el malo, el joven y el centenario.

El amor por el deporte es similar. Pasiones fatales porque pueden resultar un imán invertido. Cuántos golfistas, tenistas o futbolistas han tenido que renunciar a su profesión porque la entrega total ha fulminado sus tendones, sus cartílagos, sus articulaciones. Es injusto. Como si besar en exceso abrasase los labios. María Luz acudió a una consulta madrileña hace tres años porque sufría intensos dolores en ambas manos, lesiones probablemente causadas por la práctica infatigable del instrumento. Tres fallidas intervenciones quirúrgicas le han extirpado la ilusión.

Hace 15 días, Ronaldo concedió una entrevista a una televisión brasileña. La agencia Reuters envió unas imágenes en las que el futbolista aparecía recuperándose de su gravísima lesión en un campo de entrenamiento a la orilla del Cerro Corcovado sobre el que el Cristo Redentor parecía estar imitando al jugador celebrando sus viejos goles. El delantero, en silencio y solo, esquivaba conos, chutaba a puerta, resoplaba mientras se secaba el sudor de la frente con el faldón de la camiseta. Es multimillonario, ha ganado dos mundiales, tres FIFA World Player y dos balones de oro. Sin embargo, sentado en la máquina del press de banca hablaba a la cámara un hombre estafado por el destino, un amante traicionado, un soldado tirándole flores al mar. Ronaldo describía su ilusión por volver a jugar, por retornar a la canarinha, por reencontrarse con su gran amor. Confesaba mantener intacta la esperanza, trabajar duro todos los días, rezarle a Dios por volver a tocar en público su piano de cuero.

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