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Reportaje:

El arte que lleva a 'Santa Rufina'

La colección permanente del Centro Velázquez abre sus puertas en Sevilla

Diego Velázquez (1599-1660) nació en una Sevilla que era puerta de Indias y centro de un intenso comercio. El flujo de mercancías coincidía con el intercambio de ideas y tendencias artísticas. En ese magma, lleno de estímulos y transformaciones, se crió el pintor. Y ese mar de inquietudes es el que trata de explicar la exposición de la colección permanente del Centro de Investigación Diego Velázquez de Sevilla, que fue inaugurada ayer en el Hospital de los Venerables (sede de la Fundación Focus-Abengoa).

"El hombre barroco vivía en un contrasentido entre lo real y lo irreal"

La muestra culmina una andadura iniciada el 4 de julio de 2007. La fundación adquirió ese día el lienzo Santa Rufina, de Velázquez. El cuadro fue transportado de Londres a Sevilla. Santa Rufina es hoy la cumbre que corona una exposición de 15 obras que dan cuenta de la revolución que supuso la pintura de Velázquez. El artista roturó un territorio inédito en el que la imagen se sumergía en la belleza de lo real, en el que el rostro de una adolescente o los pliegues de un tejido agitado por la brisa adquirían el pálpito de eternidad de una historia bíblica.

La exposición, promovida por la Fundación Focus-Abengoa y el Ayuntamiento, muestra cómo se llegó a esa perfección a través de la influencia de artistas precursores y cómo también ese camino andado se expandía en la obra de artistas coetáneos de Velázquez. La muestra presenta obras de Francisco Pacheco, Juan de Roelas, Bartolomeo Cavarozzi, Francisco de Herrera el Viejo, Juan Martínez Montañés, Francisco de Zurbarán y Bartolomé E. Murillo, entre otros.

En torno a Santa Rufina (1629-1632) se teje una urdimbre de apuestas creativas que se inician con Vista de Sevilla, un anónimo flamenco (1650-1660). Sagrada Familia con Santa Ana y San Juanito (1610-1615), de Roelas, deja entrever rasgos en los que la vida cotidiana rompe las costuras de la abstracción divina. Sagrada Familia (1620), de Cavarozzi, se deja dominar por el tiempo que pasa.

Imposición de la casulla a San Ildefonso (1622-1623), de Velázquez, ilustra las tentativas del pintor por atrapar la vida que le rodea. Los lienzos Inmaculada (1635), de Zurbarán, y Santa Catalina (1650), de Murillo, completan la órbita que rodea a Santa Rufina. Tras ser robada por el mariscal Soult, Santa Catalina ha regresado también a Sevilla.

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La temática religiosa centra una exposición que habla de un tiempo en que Sevilla fue "Nínive y nueva Babilonia", como recordó ayer Benito Navarrete, asesor científico del Centro Velázquez. La ciudad cuyos artistas buscaban la purificación espiritual era también expresión del vicio que simboliza Babilonia en el imaginario cristiano. "Es un contrasentido del día a día del hombre barroco. Hay en la época un debate entre lo terreno y lo celeste. El ciudadano vivía en un contrasentido entre lo real y lo irreal", comentó Navarrete.

"Se da ese sentido del pecado y del arrepentimiento. Para que una persona se salve tiene que haber pecado. Y del pecado nace el arrepentimiento", dijo Navarrete. Sobre el pulular de las multitudes que soñaban en Sevilla con las riquezas americanas brillaba la mirada de Santa Rufina.

Un aspecto de la exposición de la colección permanente del Centro de Investigación Diego Velázquez, ayer en Sevilla.
Un aspecto de la exposición de la colección permanente del Centro de Investigación Diego Velázquez, ayer en Sevilla.ALEJANDRO RUESGA

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