Todo un ejercicio de desnudez
El título anuncia la intención. El espectáculo la desarrolla y plasma con una excelencia que no precisa de mayores adjetivos. La nueva obra de María Pagés es parada y fonda, momento de reflexión, mirada a los adentros y recogida de frutos de una trayectoria repleta de tiempos estelares. Su Autorretrato es un tanto reflejo de ellos, a la vez que contiene a la bailaora desde todos los ángulos y con una larga serie de imágenes en movimiento. Es la María de escuela que baila recogida la soleá o los tientos en la media luna que forma su atrás. También la de las coreografías en apariencia sencillas, pero efectivas, y que se expanden con una pasmosa fluidez, y la artista que siempre ha buscado un más allá en la expresión, en las formas y en la manera, siempre innovadora, de exponerlas.
AUTORRETRATO
Compañía de María Pagés. Cuerpo de baile: María Morales, Sonia Fernández, Isabel Rodríguez, Anabel Veloso, Emilio Herrera, José Barrios, José Antonio Jurado, Alberto Ruiz. Cante: Ana Ramón, Ismael de la Rosa. Guitarra: José Carrillo, Isaac Muñoz. Percusión: Chema Uriarte, Paco Vega. Cello: Batio Hangonyi. Dirección y coreografía: María Pagés.
Teatro de la Maestranza, 26 de septiembre de 2008.
El espectáculo contiene a la bailaora desde todos los ángulos
No obstante, frente a obras anteriores, impactantes por los hallazgos escénicos donde se empleaban recursos novedosos para el baile, María ha elegido para su Autorretrato una factura de sencilla desnudez sin, por ello, dejar de ser generosa en la entrega. El escenario de fondo negro, pero con un juego de iluminación brillante y eficiente, tan sólo se adorna en ocasiones con espejos y unos marcos que bien podrían remitir a La Tirana que nos asombró hace diez años. El cuerpo de baile funciona como si no hubiese hecho otra cosa en la vida y el atrás cumple sobradamente. Junto a las guitarras, el gemir del violoncello llena los momentos de mayor intimidad de la artista. Con esos elementos, baile y danza se suceden de forma incesante y, lo que es más importante, con una continua presencia de la bailaora, que en ningún momento se esconde. Entra y sale, se reúne con su cuerpo de baile, participa en todas las piezas y deja para sí los instantes de mayor expresividad e intimismo.
En esta línea, las rescatadas Nanas de la cebolla suponen el momento de mayor emoción con una danza sutil y arrebatada, pero también la otra danza, ejecutada sobre la voz de José Saramago que recita su poema Ergo una rosa, rebosa de contenida belleza. Como contrapunto, su juego con el espejo, en el que entra y sale hasta que este se convierte en un alter ego replicante. Para el resto de la obra, María ha elegido mucho baile flamenco y con casi todas sus vertientes. De la soléa inicial o la farruca coreografiada por José Barrios hasta las alegrías finales en las que llena el amplio escenario con su majestuoso uso del mantón, también hubo tientos, tangos y el tiempo para el humor y el desenfado que trajeron unos tanguillos gaditanos dedicados a la compañía y a sus avatares, dichos por la propia María con sorprendente desparpajo.
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