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Reportaje:

Cuando las balas ya son paisaje

Tres tiroteos devuelven a la Costa del Sol al primer plano del crimen organizado

Fernando J. Pérez

La última víctima de la violencia mafiosa en la Costa del Sol tiene 30 años y cuatro agujeros en el cuerpo. M. H. -de quien sólo se sabe que nació en Liverpool (Reino Unido) y estuvo en la cárcel en su país- recibió el miércoles en Marbella y a plena luz del día cuatro balazos. Tres de ellos le impactaron en el brazo, en la pierna y en el ojo derechos, y el cuarto, en la zona genital. Su atacante, también británico, marró un quinto disparo a bocajarro. Este fallo quizá hizo que la víctima no fuera el primer fallecido y solamente se convirtiera en el séptimo herido por el crimen organizado en la ciudad en apenas un mes. El pasado jueves fue operado en el Hospital Costa del Sol, donde permanece estable.

El 31% de las bandas detectadas en España actúan en Málaga

En Marbella, y en el resto de la Costa del Sol, la población local comienza a acostumbrarse a los asesinatos y secuestros entre bandas mafiosas -generalmente de origen extranjero- que casi se han convertido en parte del paisaje. La gente sólo toma conciencia del problema cuando mueren víctimas ajenas al crimen organizado, como cuando en diciembre de 2004 un niño sevillano de diez años y un peluquero italiano murieron ametrallados en los aledaños del Hotel H10 Andalucía Plaza, frente a Puerto Banús. La lejanía sentimental incluso afectó el pasado jueves al ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien afirmó que los "ajustes de cuentas" se producen entre bandas que "en ningún caso son españolas".

Tras los éxitos policiales contra el crimen organizado, con las unidades especializadas Udyco y Greco, y la entrada en vigor de la euroorden de entrega de delincuentes a los países donde cometieron sus crímenes, los mafiosos abandonaron la primera línea de costa y se refugiaron en las urbanizaciones de lujo del interior, donde llevan una vida perfectamente anónima. En este tiempo se había instaurado una sensación de relativa calma en la zona. Sin embargo, en los últimos meses los incidentes se han reproducido: en febrero, Paddy Doyle, un traficante irlandés de 28 años, murió acribillado en Estepona. Tres meses antes, en el restaurante marbellí Visconti, fue asesinado un ciudadano francés. El 22 de agosto pasado otros tres irlandeses fueron heridos por impacto de bala en el restaurante Aloha Garden, y al día siguiente tres británicos acabaron en el hospital tras ser tiroteados en la exclusiva discoteca Nikki Beach. Y esos son sólo los casos que han salido a la luz.

El crimen organizado en la Costa del Sol alimenta decenas de páginas web anglosajonas. No en vano hasta marzo de 2008 el 31% de las bandas detectadas en España tenían su principal campo de actuación en Málaga, según fuentes policiales. En total, 102 grupos criminales dedicados al tráfico de drogas, armas, coches robados o prostitución, han sido desarticulados desde 2006 hasta entonces. El fenómeno se ha convertido incluso en objeto de tesis doctorales en el Reino Unido: la profesora de la Universidad de Leeds Jennifer Sands afirmaba en 2007 que la Costa del Sol es atractiva para las mafias "porque hasta hace poco las autoridades no se habían tomado en serio el crimen organizado". El nuevo jefe superior de Policía de Andalucía Oriental, Pedro Luis Melida, afirmó en su presentación oficial el pasado 20 de septiembre que el crimen organizado es una de sus "principales preocupaciones".

Los últimos ataques han reactivado también a los partidos políticos y a los empresarios marbellíes, inquietos a partes iguales por la seguridad ciudadana y por la imagen que proyecta el principal destino turístico de la provincia. Tras volver a reclamar "mayores dotaciones y medios" para la Policía Nacional en Marbella, el Centro de Iniciativas Turísticas lamentó que los delitos que se cometen en Marbella adquieran "gran eco mediático" y recordaron que: "La proporción de delitos es menor que en otras poblaciones de tamaño similar".

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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