Tras el fantasma de Urbano Lugrís
A Coruña celebra una ruta "tabernaria" por las tascas que frecuentaba el pintor
Un descubrimiento de talla en el corazón de A Coruña sacudió en los años 50 los cimientos de la arqueología: los romanos habrían sido maestros destiladores de bebidas espirituosas a tenor de los restos de vasijas encontradas en las excavaciones de un antiquísimo cementerio de la calle Real. El hallazgo fue noticia de portada. Pero sólo un día. Resultó ser un fabuloso bulo, obra y arte de la mente traviesa de Urbano Lugrís, genial pintor de realismo mágico, poeta y bohemio empedernido. Con su inseparable Avilés de Taramancos, el joven poeta de Noia exiliado en A Coruña para supuestos estudios navales, se había divertido esparciendo entre las excavaciones del cementerio romano trozos de una botella de barro de ginebra que ambos habían consumido.
Pintaba murales a cambio de tazas de vino, pero muchos ya desaparecieron
"Su universo abarcaba un radio de apenas 200 metros", recuerda su sobrino
Era una de esas innumerables noches dedicadas por aquella curiosa pareja de amigos a recorrer las tabernas, proclamar versos y practicar, a borbotones, el humor y la retranca en un intento de llenar de destellos de arte y juerga la oscuridad de una España sometida al yugo de la dictadura.
Ésta y otras anécdotas se recordaron durante la ruta tabernaria organizada el jueves por la Concejalía de Cultura de A Coruña por los bares de la ciudad, antiguas tascas del centro, que aún conservan murales (o restos) pintados por Lugrís. De la mano del pintor Antón Patiño, quien convivió en su adolescencia con el genial artista, y de Xurxo Souto, medio centenar de personas participaron en esta divertida recreación lugrisiana que comenzó en el restaurante La Bottega, la antigua taberna O Fornos de la calle de la Estrella, donde permanece la mágica cueva "del mundo de colores", con el mar como elemento central, que el artista pintó en 1951 bajo el lema Ic habitat felicitas (aquí vive la felicidad).
Huellas del trazo surrealista y mágico de Lugrís quedan en realidad por todo el litoral de Galicia, desde "el Ferrol de su Excelencia", como le espetó el pintor al mismísimo Franco, hasta Baiona, con especial presencia en A Coruña, donde nació hace cien años, y Vigo, en la que murió, casi en la indigencia en víspera de Nochebuena de 1973.
"Lugrís, qué gran pintor, cuánto me hizo trabajar", recuerda la ex camarera de la tasca A Guinda del barrio vigués de O Berbés. Durante años, cada mañana la joven tenía que limpiar la mesa de los dibujos que el artista, incontinente, trazaba sin parar por las noches. Alto, de voz grave y ataviado con un impermeable blanco, "impactaba", dice Patiño. Y el recuerdo de Lugrís, un personaje legendario de vida excesiva con tintes de tragicomedia, permanece en el corazón de A Coruña y Vigo.
"Su universo abarcaba un radio de apenas 200 metros", destacó su sobrino, Manuel Lugrís. Su tío era el epicentro de una fauna de intelectuales posibilistas que en vez de exiliarse escaparon de la represión a través de la bohemia, las tabernas y bares de alterne. Un batallón literario que, con Lugrís, Avilés de Taramancos, y otros como Rey, maestro de himnos y callista de lema "siempre a sus pies, señoras", dejaron miles de anécdotas al recorrer A Coruña proclamando poesía, bajo el grito, revisado por el sagaz pintor, de "peña del Amanecer, ¡amar por el reverso
[en vez de por el verso] es nuestro gran placer!". Lugrís se divertía en poner sal y pimienta al cuento. Los curas y los "bajitos con calva" eran sus dianas preferidas. Al sacerdote que viajaba en la lancha a Santa Cruz, Lugrís, desde la orilla, acostumbraba a interpelarlo: "¿Conoce usted a Don Gregorio, el cura de Santa Cruz?". "Sí, conozco, santo varón". "Pues dele usted recuerdos de su hijo Urbanito", gritaba el artista.
Pintaba murales a cambio de tazas de vino. Muchos desaparecieron en reformas y la humedad hizo estragos en otros. En A Mundiña, la antigua tasca O León, sólo se conserva un trozo de pared con una ballena-barco. Y en el ahora café Vecchio de la calle Real, permanece, deteriorado, el mural que pintó por encargo de un banco. Cerca de allí, tenía su diminuto estudio, en una casita ahora tapiada con un muro decorado, ironía del destino, por un colorista graffiti.
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