_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bombero, no. Fabra

Un día Ovidi Montllor me confesó que de niño quería ser o viajante de comercio o camionero o maquinista de tren. Casi todos los niños de por entonces elegían un oficio trashumante, un oficio que los alejara de la cachiporra y del hambre y de la soledad, y los llevara a ver mundo. Pero luego resultó que el mundo de la representación de bisutería o conservas, del transporte por carretera o del ferrocarril de vapor tampoco les ofrecía un paisaje muy diferente del que dejaban atrás. Con una democracia de guiños y parches, muchos niños, de mayores, querían ser bomberos no tanto por el riesgo y el catastrofismo espectacular de algunas películas, sino por los almanaques en pelotas de las plantillas más jóvenes, que ponían a las mujeres cachondas y les manoseaban desde las cachas a los bíceps de cartulina, sin perderse un pelo, mientras cambiaban las sábanas de la fantasía, por su acaso. Bombero o corredor por relevos o futbolista, para forrarse lo suyo o cuando menos, para ligar a base de calendario con los atributos bien ventilados. Pero con la democracia ya atocinada y con remaches y remiendos en inglés los niños descubrieron que los músculos y el culo se descuelgan pronto, y se pidieron, para cuando fueran hombres, una plaza de político, pero de político provechoso, de los que saben hacer casas y mover los hilos que se deben mover y guardar los dineros donde no haya dios ni policía científica que los encuentre, políticos de esos que reciben elogios y hasta incienso de algunos de nuestros más ilustres personajes, y como tantos otros de esa variopinta fauna, se pegan los fondillos del pantalón, con cola de carpintero y fervor de procurador de las cortes franquistas, al escaño o al sillón, para ofrecerle quinquenios a la patria y a la nómina.

Bombero, no, papá, de mayor quiero ser Fabra. Carlos Fabra es, además de presidente del PP y de la Diputación provincial de Castellón, un tipo mediático, que se le escapó de la agenda a Mario Puzo, y al que la justicia no consigue meterle mano, por presuntos delitos fiscales. Recientemente, la policía judicial investiga no sólo sus cuentas, sino la de sus familiares. Fabra ni se inmuta, ni se amilana, con el minucioso rastreo, aunque parece algo incómodo. "Caliente, caliente... Cuidado, no se me vayan a quemar"... Sabe el dirigente popular que a su lado tiene, como avalista, al presidente de la Generalidad Valenciana, aunque el niño que de mayor quiere ser Fabra, se imagina toda una trama más trepidante con la camorra napolitana. Cuando un niño toma como modelo a un imputado al que el señor Rajoy, aspirante a la presidencia del gobierno de España, ha calificado públicamente de ejemplar, a la profunda crisis económica que sufrimos, le acompaña una no menos sensible y profunda crisis de valores morales. Si cuantos están imputados hubieran posado para uno de esos almanaques tan celebrados de bomberos o futbolistas, en la desnudez de sus carnes y de sus enredos hubiéramos apreciado, no el vigor de un brazo ni el impulso de un cuerpo, sino el mapa de una presunta corrupción, con los paraísos donde han ido a parar los dineros de tantas trampas y especulaciones... Por eso, de mayor, quiero ser niño.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_