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Crítica:XV BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Diabólico Diego

El jerezano Diego Carrasco hace tiempo que abandonó la ortodoxia para convertirse en un creador libre, una suerte de Paolo Conte flamenco, que nunca puede desertar del origen, porque lo lleva impreso en los genes. En su viaje, se llevó un siempre asombroso dominio del tiempo, mucha picardía, desenfado y ¡carisma! Haga lo que haga, será lo que es, un líder, además, con mucha categoría entre los suyos.

Con el tiempo, nos ha dejado una buena antología de temas que son de absoluta referencia y un formato de presentarse en directo semi eléctrico que, de forma valiente, ejecuta mayoritariamente en el compás de doce tiempos, el suyo. Con todo ello, ya habrían existidos elementos más que suficientes para un buen recital, que, a la postre, fue lo que se ofreció con algunos añadidos que, entre otros, referían a la figura del Don Juan y su bajada a los infiernos.

El tiempo del diablo

Diego Carrasco. Con la colaboración especial de Miguel Poveda (cante), Alfredo Lagos (guitarra), Jarcha y Moraito Chico (voz en off). Coro: Las Peligro. Banda: Curro Navajita, Fernando Carrasco, Ignacio Sintado, Juan Grande, Ané Carrasco y Luisito Carrasco. Dirección: Pepa Gamboa. Colaboración dramatúrgica: Antonio Álamo.

Teatro Lope de Vega, 21 de septiembre.

Presentar al artista -intrínsecamente libre e indómito- configurado en clave de espectáculo con dramaturgia tiene sus riesgos. No cabe duda de que Diego se ha sometido a la disciplina, pero el resultado sigue remitiendo a su personalidad artística que se impone por encima de otros elementos que incluso llegan a estorbarle. Al final, siempre triunfan sus reflejos y su dominio tanto del compás como de los silencios. Además, tuvo invitados de excepción que mayoritariamente funcionaron. Ni que decir tiene que lo hizo el guitarrista Alfredo Lagos como vehículo sutil entre distintos cuadros y músicas. Y Poveda, breve pero intenso y genial en su lucha contra los elementos.

También Jarcha, con un bello contrapunto vocal. No se puede decir lo mismo de Las Peligro, porque el apoyo que prestaron al artista rozaba la desmesura, y porque la reiteración de tangos y rumbas chocó con el discurso dominante del jerezano.

Dicho lo cual, la noche ofreció, entre sus muchas partes, diversión y raudales de arte. Sobre todo en los momentos en los que Diego, despacito y a compás, engarzó letras suaves y con sentido, aunque no siempre audibles. La dispersión en que, en ocasiones, se sumió la función, se difuminó de forma fulgurante en la recta final con algunos de sus grandes éxitos, para una acogida que fue apoteósica.

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