España saca el mazo
Nadal y Ferrer, que remontó a Roddick, dejan a la selección a un paso de la final tras dos encuentros extenuantes
"¡Esto es una puta mentira!" Andy Roddick salió de la pista encolerizado, con la boca llena de insultos, y los labios gritándole durísimos reproches a Carlos Ramos, el juez de silla, que observaba su mirada destemplada. El estadounidense acababa de disputar los dos últimos juegos de su partido ante David Ferrer con el público de Las Ventas colgado de la espalda. La grada, correcta hasta ese momento, aplaudió entonces cada saque fallado, aulló sus deseos de que llegara una doble falta, y marcó los peloteos decisivos con tres gritos que daban como malas buenas pelotas del estadounidense. Roddick, que ganó el punto más discutido, vivió la escena indignado. Primero puso a prueba su irritación con Emilio Sánchez Vicario, el capitán español. Luego vio cómo dos pisteros rastrillaban un pequeño socavón, las cicatrices de la batalla. Y al final, derrotado por un durísimo Ferrer (7-6 (5), 2-6, 1-6, 6-4 y 8-6) en un partido tremendo, llegó a su vestuario, fiera la mirada y sublevada el alma. "¡Puta mentira!", gritaba.
Roddick, que ganó el punto más discutido, se indignó con los gritos de la grada
"He vivido experiencias mucho peores como visitante en la Davis", dijo Sánchez Vicario
"El público ha sido decisivo para que yo siguiera adelante", reconoció Ferrer
Los españoles le pusieron músculo y nervio. EE UU, el orgullo del campeón
España, que también celebró la victoria en el partido anterior de Rafael Nadal sobre Sam Querrey (6-7 (5), 6-4, 6-3 y 6-4), estará en la final de la Copa Davis, que jugaría contra el vencedor del Argentina-Rusia entre el 21 y el 23 de noviembre, si gana uno de los tres partidos que le quedan por disputar contra Estados Unidos. Tras las dos victorias españolas, vibrantes en su formato y peleadas a sangre y fuego en sus maneras, Roddick se encontró en el vestuario con la reflexión de Patrick McEnroe, su capitán: "Estas cosas pasan. Es frustrante, pero es lo que esperas en un partido como éste". El estadounidense, al contrario que su jugador, no encontró razones para la protesta. "El público fue justo. Creó una atmósfera correcta. Sólo al final del encuentro, un par de personas empezaron a gritar entre los puntos. Competimos duro".
La madera roja, el granito y el negro metal de la plaza transportaron como un altavoz reverberante los gritos de ánimo de la grada. "¡Vamos Ferru!", se oía. "¡David, David!", se escuchaba, cuando ya las luces del sol se apagaban. Fueron más de seis horas de tenis divididas entre los dos partidos, que se resolvieron en idéntico tiempo: tres horas y 17 minutos. Los españoles le pusieron músculo y nervio. Los estadounidenses, el orgullo del campeón que se marcha. La mezcla, explosiva en emociones, fue llevando al público hasta el encuentro.
La gente arrancó la jornada moderada. Vivió el partido de Nadal extasiada, casi emocionada por la presencia del campeón, y acabó incendiándose al compás de Ferrer. Sonó primero un bombo; luego una trompeta; más tarde miles de palmas; y al final todo estalló al toque de corneta del alicantino, un tenista apasionado y apasionante, todo gestos y gritos, que se instaló en una montaña rusa y acabó ganando tras más de tres horas de tortura. "El público ha sido decisivo para que yo siguiera adelante. Jugó un papel fundamental", sentenció el tenista alicantino.
"Creo que el público estuvo bastante correcto", abundó su capitán, Sánchez Vicario, que recuerda haber vivido experiencias mucho peores como visitante en una eliminatoria de Copa Davis. "En los dos últimos juegos hubo un par de bolas justas, inclusive una que parecía que había botado fuera. Había mucha tensión. Roddick se me quejaba del público, y en el último juego estaba un poco reacio con él. Al ver que perdía el saque se puso un poco nervioso. Me dijo no-se-qué del público, pero no hay que darle mayor importancia", cerró.
Antes de que Roddick iniciara su partido, McEnroe tuvo la oportunidad de gesticular como un almirante. "¡Empuja!", gritó tras sus atómicas gafas. "Push!", ordenó. Y Sam Querrey, su pupilo, se empezó a abalanzar sobre las bolas de Nadal, morenito de Manacor, que le han bautizado los taurinos. El estadounidense Querrey, 198 centímetros de estatura y las greñas empapadas, dio un paso más hacia delante y coronó así el trabajo de su saque abierto, alto, altísimo, la muleta con la que desplazaba a Nadal. Querrey, bendiciendo la altura de Madrid, se encontró set y break arriba. "Push!", volvió a gritar el capitán McEnroe. "¡Empuja!". Y Nadal, turbio de piernas tras su exigente temporada, observó la grada. Palmas, abanicos, gorras de la Armada española y macetas floridas con los colores de España le devolvieron la mirada. "Nadal, tú nos inspiras", leyó allá en lo alto, con los gritos de la peña Calimocho on Tour señalándole la pancarta. "Push!", sonó. Y Nadal, sacó la maza.
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