Lenguaje
El cine siempre ha peleado, con mayor o menor ahínco, contra la literatura. La voluntad de liberarse del relato convencional ha sido uno de los instrumentos con que se han forjado los lenguajes cinematográficos. Esa lucha resulta sublime cuando el combatiente es un genio. Alain Resnais, por ejemplo. Otras veces genera películas aburridas, insensateces, o auténticos pestiños: para más información, consulten a mi amigo Carlos Boyero. Otra relación difícil es la del fútbol con el cine. Por más que lo ha intentado, la cámara no ha logrado penetrar en el lenguaje futbolístico. En el libro Fútbol y cine, de Carlos Marañón, se comprueba que existen muchas películas de temática futbolística, pero en ninguna hay auténtico fútbol. La literatura sí ha formado con el fútbol una pareja bien avenida. Principalmente, por la vía del periodismo.
Los problemas comienzan cuando se superponen el partido y el relato del mismo. Si no se está viendo el juego, la narrativa funciona estupendamente. En la televisión resulta complicado. El menor de los males es la redundancia: no tiene mucho sentido que el balón salga fuera, a la vista de cualquiera que mire la pantalla, y un segundo después el locutor grite que ha salido fuera. Peor es que el comentarista sobrio, por desgracia propio de otros tiempos (José Ángel de la Casa, por citar un nombre), sea sustituido por un locutor propenso al grito.
Digital +, la televisión de pago que tiene los mismos propietarios que este periódico (por el momento: leo aquí mismo que está en venta), no ofrece las locuciones más gritonas. Personalmente, siento debilidad por Michael Robinson. Sin embargo, ahora propone una opción interesantísima: yendo al botón que controla los idiomas, el que permite ver una película en versión doblada u original, es posible suprimir las voces y quedarse con el rumor del estadio. Eso será de gran disfrute cuando lleguen los grandes partidos y se oiga el rugido de la grada: el balón y el rugido son los auténticos lenguajes del fútbol.
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