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Columna
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Otro año

Rosa Montero

Otro año más nos salpica la brutalidad, la crueldad más extrema, la sangre doliente y sin sentido. Otra vez en este martes de septiembre (puede que ahora mismo, mientras lees este artículo) un pobre toro es torturado lenta y sádicamente por una muchedumbre en Tordesillas: es acosado, acuchillado, atravesado de parte a parte por lanzas que el pobre bicho arrastra clavadas en sus entrañas sin que la muerte llegue. Este país sufre una grave patología con respecto a los toros; es como una tara cerril, un tumor cerebral del primitivismo más arcaico, que hace que algunos mozos crean que tienen que medirse a patadas con un toro para ser más hombres: en lo que va de año, y sólo en la Comunidad Valenciana, por ejemplo, ha habido la increíble cifra de 3.500 encierros. Pero lo peor son las llamadas fiestas tradicionales. Se acribilla a los animales con infinidad de dardos, como en el atroz toro del acerico, en Coria; o les ponen fuego en la testuz, o bien los meten en el mar y los ahogan. Orgías de sadismo de una sociedad enferma. Y el festejo más feroz de todos es el Toro de la Vega de Tordesillas.

El físico y premio Nobel Max Planck decía que "la verdad no triunfa jamás, pero sus adversarios acaban por morir". Yo me siento así respecto a Tordesillas. Sé que la verdad, y la modernidad, y el humanismo, están en contra de este horror. Sé que los energúmenos torturadores cada vez son menos. Sé que la mayoría de los habitantes de la bella Tordesillas no comparte la salvajada. Qué hermoso sería que todos esos vecinos críticos dieran un paso adelante en la civilidad y cambiaran la fiesta a una versión no cruenta. Qué fantástico sería que Tordesillas fuera pionera y marcara el camino hacia el progreso. Todo eso llegará, estoy segura. La cuestión es saber cuánto más durará todo este sufrimiento tan inútil.

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