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Crítica:CIRCO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Piel de gallina perpetua

Son varios los montajes de Cirque du Soleil que han pasado por Barcelona y los espectadores tienen ya su favorito. En la memoria pueden confundirse por su denominador común: la espectacularidad de su puesta en escena y de los números. El que cala más hondo suele ser el que se ve primero; eso me pasó con Quidam, del que recordaba dos números que vistos ahora de nuevo (el montaje se estrenó en Montreal en 1996 y giró por España en 2000) siguen siendo insuperables. Uno es el de las cuatro chinitas que parecen de hojalata (Chen Liu, Deng Lu, He Yuxiao, Liu Quianying) con sus diábolos, ejercicio de precisión milimétrica, ritmo e ingenio para el que las palabras se quedan cortas. El otro es el de la estatua en continuo movimiento a cámara lenta que componen una pareja, Jérome Le Baut y Anna Vicente, que parece estar en permanente estado de ingravidez y cuyo sentido del equilibrio, de la resistencia y, sobre todo, de la concentración, llega a conmover.

QUIDAM

De Cirque du Soleil.

Conductor: Guy Laliberté. Director: Franco Dragone. Escenografía: Michel Crête. Vestuario: Dominique Lemieux. Grand Chapiteau, av. Litoral con Josep Pla. Barcelona, 11 de septiembre.

Pero Quidam es también el espectáculo del tipo sin cabeza que se pasea bajo su paraguas, bombín en mano; el de la niña que canta junto a sus padres en una sala de estar que acaba por los aires. Es el de la impresionante estructura metálica que cruza la carpa formada por cinco vías sobre las que discurren los números aéreos: el de una joven que se contorsiona en una larga cinta roja de seda; el de las cuerdas lisas atadas a los cinco intérpretes que sobrevuelan el escenario lanzándose al vacío...

Película muda

También lo es de las combas, proeza coreográfica con varias cuerdas que marcan el ritmo y una veintena de artistas que se cruzan sin dejar de saltar al tiempo que hacen sus piruetas; es el del payaso que hace salir cuatro espectadores para rodar una película muda (tronchante Toto Castineiras); y es el del no menos espectacular número final, Banquine, en el que 15 artistas ejecutan acrobacias y torres humanas que ponen la piel de gallina.

Lo único que puede llegar a estropear la velada, sobre todo si se va con el tiempo justo y en transporte público, nada tiene que ver con Cirque du Soleil, sino con el Ayuntamiento de Barcelona o con quien gestione los puentes en esa ciudad: ¿cómo puede ser que el que cruza la avenida Litoral a la altura precisamente del Gran Chapiteau esté cerrado?

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