"Nadie tenía la carcajada como Rafael Azcona"
Este hombre, José Luis Cuerda, ha llegado al restaurante con dolor de estómago; viene de Toronto, donde su última película, Los girasoles ciegos, le confirmó que "los de Toronto son como los de Ourense: ríen o lloran en las mismas escenas". Pero no está malo por venir de Toronto, qué va; lo que le ha ocurrido es que ha mezclado yogur con comida japonesa y con azafrán, y esa combinación de exotismos le cayó como una bomba a su vesícula biliar.
Así que cuando el maître Isaac García le propuso platos contundentes, puso cara de seminarista apaleado y le contó a Isaac que hoy no podría probar ni siquiera el vino de su bodega orensana, el San Clodio.
Así que pidió cosas frugales. "Pero qué cosas. El jamón es una bendición, y esta merluza hervida es un placer de dioses".
La última película del director es el vínculo postrero con su amigo fallecido
Nada más llegar al sitio, Isaac le había señalado con la cabeza para un rincón del restaurante, y los dos asintieron, tristes. Ambos recordaban que en este figón vasco se juntaron durante años Rafael Azcona y José Luis Cuerda, a hablar. Iban también a otros restaurantes, pero Azcona era bastante fiel a este lugar, y ayer a mediodía flotó su memoria en el ambiente como un poderoso recuerdo.
Aquí se hizo, en parte, la urdimbre de El bosque animado, la primera película en la que los dos colaboraron, en 1989, y por estas mesas flotaron las ideas que luego hicieron posible La lengua de las mariposas, así como este último filme, Los girasoles ciegos, la película póstuma del guionista logroñés.
Hablaban, y reían. Cuerda le enviaba su texto en tinta roja; cuando Azcona se lo devolvía en negro, él sonreía satisfecho. Los girasoles ciegos es ahora el último vínculo de estos grandes amigos que ya no podrán encontrarse para reír. Y cómo reían. "Nadie tiene la carcajada de Azcona. Nos reíamos siempre. A veces nos llamábamos por teléfono para seguir riendo".
Se contaban cosas que escuchaban por la calle. "Rafael decía que los directores españoles no éramos buenos porque no viajábamos en autobús". Así que Cuerda se echó a la calle. Un día le escuchó decir a un hombre, gravemente enfrentado con otro: "Te voy a pegar una patada en los cojones que te voy a arrancar la cabeza de cuajo. No sé si me explico".
Y Azcona contraatacaba. Un día escuchó en una farmacia a una mujer que pedía un medicamento. "¿Grageas, supositorio, jarabe?", inquiría el facultativo. "Da igual". "¿Cómo que da igual?". "Sí, da igual: es para mi marido".
Pero además de reír trabajaban, y comían. El último resultado es Los girasoles ciegos, a partir del libro de Alberto Méndez. Por razones obvias, él la ha visto más de veinte veces, y siempre se acongoja o se conmueve ante los mismos episodios que conmueven o acongojan a los de Ourense (donde se hizo la película) o a los de Toronto: "Cuando la pareja de chicos huye a Portugal, cuando el diácono le dice al personaje que interpreta Maribel Verdú que ya sabe toda su historia, cuando el diácono pasea como militar y la historia alcanza su mayor dramatismo...".
Al final de la comida, Cuerda contempla el plato. "La merluza estaba divina". Eso no es un titular, ¿me puede dar otro? "Di que nadie tenía la carcajada de Rafael. Y cuánto nos hace falta".
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