Memoria en blanco
Me parece que me equivoqué de lugar.
La noche del miércoles ofrecía temas para crónica a punta pala: conciertos, teatro, cine, saraos, museos abiertos de puertas, escaladas a Montserrat. Sin que sirva de precedente, decidí quedarme en casa, viendo la Nit vint-i-cinc, de TV-3. Pensé que era mi mejor homenaje a la nostra. Además, alguien tenía que hacerlo. Alguien con las suficientes agallas para clavarse en el sofá a las diez de la noche y no abandonarlo hasta cinco horas y tres cuartos después. Sin dormirse. Ahí estaba yo.
Confieso que conseguí el objetivo sólo a medias, pues pasadas las dos fui dando alguna que otra cabezada. Tuve demasiado pronto la sensación de que aquello no iba conmigo, con mi propia memoria de la cadena.
Terribas lo había advertido: "Vamos a mostrar la musculatura de TV-3 y la de este país"
¿Con quién iba? Con ellos mismos, es decir, con lo que es ahora TV-3: Polònia, Albert Om, Mònica Terribas, El cor de la ciutat, Vendelplà. Magníficos programas, magníficos profesionales, magníficas series, sin duda. Pero 25 años habrían podido dar para mirar atrás desde ese presente con mayor intención, más allá de los cameos de Josep Maria Bachs, Carles Francino, Salvador Alsius y Àngel Casas. El paso por la cadena de esos personajes quedaba condensado en un videoclip que no llegaba a los 30 segundos y, a partir de ahí, se les dedicaba a tareas tan edificantes como romper platos y lanzar tartas a un retrato de Om (Francino) o a hacer de juez de garrotines entre los equipos de El cor de la ciutat y Ventdelplà (Alsius). Hombre, parece que ambos habrían podido explicarnos cosas bastante más interesantes. Como también se le habría podido sacar mejor partido al hecho, tan sólo citado, de que Àngel Casas hubiera llevado a la nostra el primer strip-tease nacional, el celebérrimo de Christa Lem. Por ejemplo, mostrándolo, que es algo que otros medios no podemos hacer.
Está claro que el planteamiento del programa no iba por ahí y que sus responsables han considerado suficientemente cubierta esa memoria con los espacios que han venido emitiendo durante los pasados meses. Su nit blanca optó por la fórmula de la gala televisiva, pespunteada con entrevistas y actuaciones musicales -como las oportunamente protagonizadas por Amaral y Estopa- y dejó la memoria colectiva en blanco. Era una opción, sin duda. Tengo dudas de que fuera la esperada por el público de TV-3.
Ellos, eso sí, parecían pasárselo en grande: la sección de deportes pedaleando sobre una bicicleta de spinning mientras producía sus crónicas, los informativos buscando intimidades -light, por supuesto- entre parejas de informadores, el magacín de las mañanas haciendo aparecer y desaparecer a Pilar Rahola...
Una fiesta privada, vamos, a la que no me sentía invitado, por más que me insistieran en que sí lo estaba (cuanto más lo hacían, menos me apetecía). En cambio, sí tuve la sensación de que la otra fiesta, la de la calle, estaba funcionando bien: 4.000 personas en el Tibidabo -eso dijeron-, colas en La Pedrera, la Casa Batlló, la Fundación Miró. Gente también en la Devesa de Girona y junto a las murallas de Tarragona. Todo apetecible, salvo esa imagen a la sombra del monasterio de Montserrat del logo de TV-3, hecho con antorchas: daba cierto miedo, la verdad.
Lo dicho, me equivoqué. Y eso me ocurrió por no atender a las palabras de la flamante directora, dichas por cámara pocas horas antes de la emisión: "Esta noche vamos a ver la musculatura de TV-3 y la musculatura social de este país juntas". Eso sí lo vimos, pero nos quedamos sin un buen programa de televisión. Es lo que nos suele pasar: siempre andamos detrás de ese "más" que nos distinga y con frecuencia acabamos en menos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.