Celebración festiva
Lejos quedan los tiempos en los que su solo nombre convocaba multitudes, pero aún con la fama menguada, Juan Luis Guerra sigue ofreciendo garantías. La principal es que sus conciertos son una celebración, un disparate rítmico y cálido que se sigue con los pies acelerados y la sonrisa, inamovible, en la cara. Esa celebración fue el regalo que el dominicano ofreció en el Sant Jordi a las cerca de 7.000 personas le fueron a rendir pleitesía.
Guerra no escatimó recursos, y el principal de ellos, por encima de un espectáculo sólo justito en lo estético, fue una orquesta de 16 músicos que de no haber sido por un sonido desajustado habría podido levantar la tapa de los sesos. Sólo entre metales y percusión ya sumaban 11 miembros, espléndidos músicos encabezados por la quijotesca imagen de Juan Luis, -alto, seco, amojamado-, cuya voz tardó en emerger del estruendo desatado por su orquesta. Ojalá que llueva café sonó en cuarto lugar seguida de otra celebridad, Woman del Callao, para con posterioridad ir regalando éxitos como El Niágara en bicicleta y La bilirrubina. Delirio.
JUAN LUIS GUERRA
Palau Sant Jordi. Barcelona, 9 de septiembre.
Y más que nunca, la mirada pudo pasearse por una platea llena de parejas bailando entrelazadas y de muchas mujeres -Guerra dijo en la presentación de Si tu no bailas conmigo que en su opinión a ellas les gusta bailar más que a ellos-, dando auténticas lecciones de cómo capear con solvencia, clase y sensualidad el huracán de ritmo de canciones como La gallera. Como a buen espectáculo latinoamericano le sobraron los solos y los popurrís, y le faltó imaginación en el apartado visual, pero también en la consonancia con el respeto de los latinos hacia los músicos, Juan Luis presentó de memoria y uno a uno a sus 18 acompañantes. La música es un activo que no quieren perder, la música es una fiesta, la música fue vida y celebración en el Sant Jordi.
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