De ardores a pilates
El afán, la inclinación de las mujeres hacia el potingue, la crema, los afeites y cuantas imposturas colaboran a embellecerlas, se pierde en la mañana, tarde, noche y madrugá de los tiempos. El hombre ha reptado por los mismos caminos, se ha ocultado y vuelto a reaparecer, y ahora surge con más energía y competitividad. No hay que remontarse al boudoir de Friné o al de Sherezade, ni siquiera al de Josefina, la que volvió tarumba a Napoleón; al de la más profesional de la Dama de las Camelias o a la bien y largamente guardada intimidad de Isabel Preysler.
No es preciso hablar del culto al cuerpo en la Grecia olímpica y las exhibiciones machistas en el circo romano, y sospecho que era cosa de minorías, de individualidades o profesionales -femeninos o masculinos- del erotismo estético, pero dudo que haya habido época que dedique mayor atención al envoltorio humano que la presente. Hasta el agua mineral o la leche desnatada -que es otro producto acuático de albo color- dicen colaborar con la hermosura femenina y la mejor apariencia varonil. Si uno repasa la colección de antiguos periódicos en las hemerotecas, encontrará, invariabl++emente, anuncios relacionados con el hermoseamiento de la apariencia humana.
Las tres chicas hacían uso de Pilules Orientales, indicado para aumentar el volumen de los senos
Siempre siguiendo los cánones, entre los recuerdos de la primera adolescencia figuran las bromas que los hermanos varones gastábamos a nuestras hermanas -fuimos una larga familia-, pues junto a la medicación para corregir el estreñimiento, fastidio muy femenino, conocíamos el uso que las tres chicas hacían, con presunto secreto, de un producto llamado Pilules Orientales, indicado para aumentar el volumen de los senos, algo que las preocupaba mucho hacia los 12 o 13 años.
Un amigo nostálgico nos recitaba la ingenua publicidad que en aquellos tiempos acompañaba a cierto producto que embellecía de manera irresistible a señoras y señoritas. La publicidad, en consonancias ratoniles, se daba un garbeo por los clásicos para valorizar las excelencias de algo llamado Pekacura, y durante un tiempo los radioyentes madrileños tuvieron que escuchar la invención del poeta publicitario, con esta horrorosa cuarteta: "Marco Antonio a Cleopatra / siempre bella la encontró. / Cleopatra en su tocado / Preakura siempre usó". Hay que suponer que era menos malo que su elogio. No tengo la menor idea de para qué sirviera tal ingrediente, aunque tampoco disfrutó del desarrollo y éxito que Revlon, Elizabeth Arden o aquel Avon que se pasaba el día llamando a la puerta.
La primera vez que vi la palabra pilates fue en un entresuelo de la calle de Fuencarral y, por alguna alusión escuchada, deduje que se trataba de algo relacionado con el aspecto físico del ser humano. He buscado el rastro de la palabra, que no aparece en los diccionarios de los idiomas conocidos. Para ilustración de ociosos les diré haberla encontrado en el Nuevo Diccionario latino-español etimológico, de Raimundo de Miguel, catedrático de Retórica y Poética del instituto de San Isidro el Real, de Madrid (1881), justo donde ingresé e hice simultáneamente el primer año del Bachillerato. Ahí aparece el enteco vocablo: "Pilates: Cat. -Piedra muy blanca". La abreviatura corresponde a Marco Porcius Cato, nacido el año 520 de la fundación de Roma, orador, general y cónsul. Debe tener otra etimología, porque parece que el de ahora es simplemente un gimnasio algo más caro.
Los blancos no paran de inventar cosas, socaliñas apenas verosímiles. De mi vasta experiencia -por los años transcurridos, no por mi atención especial- recuerdo haber procurado mejor salud que la que tenía y que merecía y por consejo amistoso caí en las manos del doctor Gianoli, ya fallecido, que tuvo en los años setenta del siglo pasado su época de esplendor.
Era propietario de una lujosa clínica en Berna, la capital de Suiza, junto al mejor hotel de la ciudad, del que decían que también le pertenecía. Su tratamiento -también popularizado en la clínica marbellí Incosol- se basaba en unas inyecciones de células de cordero nonato, no sé si afgano, iraní o kurdo, de administración intramuscular. La primera causaba unos intensísimos dolores, que obligaban a guardar cama y aguantarlos, pues los analgésicos parecían contraindicados. Al cabo de unas 12 horas, el dolor remitía y todo el sufrimiento y el odio polarizado en el elegante doctor se esfumaban al desaparecer la tortura y verle a nuestro lado pronosticando una larga vida llena de energía y posibilidades. Ni siquiera la minuta, que era muy elevada, desengañaba a los hartamente pacientes. Lo que nos había costado tanto debería ser bueno.
El o los pilates parecen más económicos y menos dolorosos, aunque ya no está uno ni siquiera para probarlos.
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