Muerte en los Pirineos
El asesinato de Miguel Grima, alcalde del pueblo de Fago (Huesca), convulsionó a la sociedad en 2007. El periodista Jesús Duva investiga el crimen y desvela en el libro 'Emboscada en Fago' (Editorial Debate) los odios que emponzoñaban un aparente remanso de paz
El triste y austero sepelio coincidió con la incesante actividad de la Guardia Civil, que llamó a declarar al presidente del PP de Huesca, Antonio Torres, para que detallara lo que sabía respecto a las amenazas que un año atrás había sufrido Grima. En aquella ocasión, el dirigente del partido le había acompañado a ver al subdelegado del Gobierno, Ramón Zapatero, para exponerle la situación y expresar la conveniencia de que el alcalde dispusiera de escolta policial ante el riesgo de que pudiera ser víctima de una agresión. Pero la autoridad gubernativa no vio la cosa tan grave y jamás le asignó protección.
El capitán y su equipo de sabuesos estaban decididos a aclarar el crimen. Rápida y eficazmente. Trabajaban veinticuatro horas al día. Y habían llegado a una conclusión de partida: que la muerte de Grima había sido estudiada, planeada y premeditada, no fruto de un calentón de alguien, y que en ella habían intervenido presumiblemente "al menos dos individuos". Así lo hicieron constar en los primeros informes enviados a la autoridad judicial.
Fago era una olla a presión a punto de reventar. Pese a las amenazas, el alcalde nunca tuvo protección
(...) Los periodistas hacían sus propias pesquisas. Interrogaban a los vecinos. Entrevistaban a los políticos. Trataban de aventar los rumores y las maledicencias. Montaban guardia permanente ante el cuartel de Jaca para detectar cualquier movimiento de los agentes del caso Fago. Y, por la noche, algunos se reunían a cenar al pie de la imponente catedral románica, en el bullicioso restaurante Casa Fau, para dar buena cuenta de unas setas, un pescado o una carne y una fresca y crujiente ensalada de escarola, regado todo ello con una buena botella de vino.
-Eso de pegar un tiro a un tío es una cosa muy seria. "Matar a un hombre es muy duro: le quitas todo lo que tiene y todo lo que pudo tener", como dijo el viejo pistolero William Munny a un joven aspirante a serlo. Es una escena de la película Sin perdón, de Clint Eastwood -comentó enigmáticamente un avezado reportero, enamorado de los westerns.
-¿Qué quieres decir? -preguntó un compañero novato.
-Que este asunto va de venganza. Un hombre mata por dinero, por una mujer... o por venganza. Me inclino por lo último. Esto no huele a dinero ni a mujeres. Tal vez alguien resentido por alguna decisión de Grima. Aquí hay odio. En Fago hay más de uno que tenía inquina contra el alcalde y que le consideraba un cacique.
-¿Pues sabéis que Grima había tenido un montón de trifulcas? Mirad, tengo un amigo en los juzgados que me ha soplado los pleitos en los que aparece su nombre. Los he anotado en este papel -terció otro periodista local, jactándose de sus buenos contactos.
En una libreta cuadriculada, garabateados deprisa y corriendo, figuraban los litigios: en el juzgado de instrucción número 1 de Jaca hay las diligencias previas 550/03, 551/03, 594/04, 605/04 y 330/06, y los juicios de faltas números 99/99, 175/01, 248/03, 313/03, 97/05 y 181/05.
-O sea, que Grima se las había tenido que ver en los tribunales más de una vez desde 2003...
-¡Qué coño! Espera, espera... que hay más.
-¿Más? ¿Todavía más?
-Sí, en el juzgado de instrucción número 2 hay las diligencias previas números 1/03, 680/03, 405/04, 475/04 y 411/05, además de los juicios de faltas números 25/00, 77/04, 238/05, 110/06 y 168/06, aparte de una resolución ejecutoria con el número 76/06. El tal Grima había visitado unas cuantas veces los juzgados: unas ocasiones como denunciante y otras veces como denunciado, aunque sólo había sido condenado una vez -explicó el joven periodista a los demás colegas, dejándolos un tanto boquiabiertos.
Los guardias civiles tardaron aún menos que los periodistas en descubrir la guerra judicial en la que Grima se había visto envuelto durante los últimos años. Había un puñado de vecinos con los que había mantenido conflictos y desavenencias que, lejos de apaciguarse con el paso del tiempo, se habían envenenado aún más. Fago era una olla a presión a punto de reventar, pese a su apariencia de ser un remanso de paz en medio de los Pirineos. Era un espejismo: bajo los tejados de Fago anidaba el odio.
La prensa regional quiso ver cierto paralelismo entre lo que podría haber sucedido en Fago con lo que ocurrió doce años atrás en la montaña de Tor, en el Pirineo leridano, donde Josep Montané, cabeza visible de uno de los dos bandos en que estaba dividido el pueblo, fue estrangulado en su casa por una mano anónima. El conflicto había echado raíces en 1986, cuando las trece familias de Tor crearon una sociedad de condueños para evitar que pasase a ser de dominio público. Los estatutos exigían que para ser propietario era preciso tener casa abierta allí todo el año. Los desencuentros comenzaron en torno a 1980, cuando Montané se decantó por convertir la montaña en un complejo invernal. Medio pueblo, liderado por Jordi Riba, se opuso al proyecto porque prefería mantener la explotación forestal de aquel paraje.
Montané fue declarado por los jueces en 1995 único dueño de todos los terrenos, pero cinco meses después su cadáver fue hallado descompuesto. Quince años antes ya habían muerto dos leñadores, empleados de Riba, tiroteados en un oscuro -y nunca aclarado- incidente registrado en la falda de la montaña.
Sin embargo, en Fago no había disputas por la posesión de la tierra ni se conocía ningún proyecto que pusiera en peligro el statu quo local, ni Grima llevaba tanto tiempo en el cargo como para haber hecho tambalear los cimientos de ninguna sociedad rural. Es verdad que había recelos y desconfianza hacia los forasteros que estaban copando las casas y que, además, pretendían ser empadronados en Fago para tener los derechos que conllevaba tal condición. Pero, aparentemente, el enfrentamiento era contra la autoridad y contra el hombre que ejercía la autoridad: para unos, lo hacía de forma plausible; para otros, de forma reprobable.
Aquí había habido broncas tan sonoras como la que habían protagonizado meses atrás Enrique Orduna García y su hijo Asier contra el alcalde, debido a que éste les había impedido pasar con su ganado por las calles del pueblo. En una ocasión, el acaloramiento llegó a tal extremo que en el fragor de la discusión llegaron a blandirse palos y piedras. Y después, cuando unos y otro se cruzaban por la calle -y se cruzaron muchas veces- es como si vieran al demonio reflejado en el rostro del contrario. Un odio africano incomprensible en la gran ciudad, pero explicable en un mundo hermético y diminuto delimitado por unos cientos de zancadas.
El ya famoso Santiago Mainar era otro vecino que se las tenía tiesas con el mandamás. Amigos en otro tiempo, ahora eran enemigos irreconciliables, sobre todo desde que Mainar había perdido las elecciones municipales de 2004, a las que concurrió en la lista del PSOE. El agente forestal Mainar contaba a todo el que quisiera oírle que él había montado un hotel rural sólo para molestar al alcalde, y que éste le había denegado las licencias, a la vez que se las había otorgado a sí mismo para abrir un establecimiento similar.
Había más: Mainar se jactaba de que se había hecho ganadero sólo para fastidiar a Grima. Para eso levantó unas naves a las afueras del pueblo y, como no disponía de agua para dar de beber a las reses, el regidor le había denunciado por sustracción de agua de la canalización.
Y había más: Grima había requerido la intervención del Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil para que investigara si había arrojado animales muertos y purines al cauce del río, sin que las pesquisas lograran probar la acusación.
-Entre los muchos disparates que he tenido que soportar, puedo contar que una vez tuve que defenderme de una denuncia por delito ecológico porque se me acusaba de contaminar con purines el agua de boca de los pueblos situados por debajo de Fago. Los informes de la Confederación Hidrográfica del Ebro y del Departamento de Medio Ambiente de Aragón desenmascararon las mentiras del alcalde. Impotente ante la sentencia, éste arrancó la tubería que suministraba agua a mis instalaciones ganaderas, servicio del que disponía desde hacía quince años y que sólo suponía un gasto mínimo y poco significativo, según dijo un equipo de expertos en un informe requerido por el juzgado -detallaba Mainar a todo el que quisiera oírle.
Y después seguía desgranando un rosario de presuntas afrentas:
-En 2006, el alcalde consideró que mi garaje no era tal, sino un huerto
[dicho garaje se construyó, en efecto, hace quince años en el solar de un antiguo huerto], y me envió una serie de circulares obligándome al cumplimiento de una normativa sobre huertos o yo qué sé... Desde entonces, no tuvo ningún reparo en poner su coche en la puerta de mi garaje para dificultarme maniobrar con mi vehículo e incluso impedirme el paso. Y en enero de 2007, tras un sinfín de papeleos e informes, el Ayuntamiento de Ansó dio la licencia de actividad ganadera a las explotaciones agropecuarias que le habíamos solicitado, pese a las zancadillas que durante años nos puso el alcalde de Fago.
El Forestal, como se le conocía en la comarca, estaba en el punto de mira de los guardias civiles desde el minuto cero, no sólo porque sabían las trifulcas que había mantenido con el difunto Grima, sino porque en apariencia les había mentido a ellos. Dijo que el día del crimen se recogió en su casa sobre las siete y media de la tarde porque estaba fiebroso y que, antes de meterse en la cama, telefoneó a su amiga Madalina Gravilug para comunicarle que no podían verse.
Pero los hombres del tricornio hablaron un minuto más tarde con la chica, a la que Mainar había puesto un piso en Sabiñánigo, y ésta les confió que la susodicha llamada no se produjo el día del crimen, sino el siguiente.
Habría de pasar algún tiempo hasta que la tecnología aclarase esa inicialmente sospechosa contradicción: la compañía telefónica dictaminaría entonces que Mainar, en efecto, había llamado a su novia a las 19.18 horas del 12 de enero y que la conversación había durado exactamente 90 segundos. El registro de llamadas probaba que era Madalina la que se había equivocado y que Santiago había dicho la verdad.
-¡Cómo me mosquea este tío! Este hombre no me parece trigo limpio. Tendremos que marcarle de cerca -comentó el capitán Villalón tras saber que la tal Madalina había puesto en entredicho la coartada de su amigo.
-Sí, mi capitán. ¿Y se ha fijado usted en que El Forestal tiene la cara cruzada de arañazos? Nos ha dicho que se los hizo una cabra, un cordero o no sé qué... Pero a mí me resultan muy sospechosos. ¿Qué animal te araña la cara de lado a lado? ¿No se lo haría con las espinas de los arbustos que vimos junto al cadáver del alcalde? ¿No será que se lo hizo al ir a tirar el cuerpo al barranco? -razonó el sargento más veterano de la unidad.
-Es cierto que todavía tiene un buen trancazo. Aparentemente está con un gripazo. Aún tiene la voz tomada por la ronquera. O sea, que algo de verdad nos dijo cuando nos entrevistamos con él... -terció otro guardia, haciendo en esta ocasión de abogado del diablo.
-Sí, eso sí. Pero un constipado no es algo tan grave que te impida moverte. Y para pegar un tiro a un tío no hace falta estar en plenas facultades físicas. Yo estoy con el capitán. A mí también me da mala espina este Forestal -remachó el sargento.
Pero Mainar no era el único sospechoso.
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