Crimen y castigo
Un drama, un terrible drama social y moral, también puede convertirse en una película de misterio. Todo depende de la graduación con la que se va ofreciendo la información al espectador; de que el primer tercio del guión no sea un rácano cúmulo de explicaciones orales sobre los personajes y sus sentimientos; de que los sobreentendidos entre los protagonistas ejerzan de puzzle informativo para una audiencia cada vez más interesada. Cineastas como Atom Egoyan o Michael Haneke lo saben bien. Como el francés Philippe Claudel, que convierte la presentación de personajes de Hace mucho que te quiero, su interesante debut como director, en un ejercicio de funambulismo indagatorio, en un enigma sobre el dramático peso del pasado, de lo vivido, de lo sufrido y, sobre todo, de lo errado.
HACE MUCHO QUE TE QUIERO
Dirección: Philippe Claudel.
Intérpretes: Kristin Scott Thomas,
Elsa Zylberstein, Serge Hazanavicius, Laurent Grévill.
Género: drama. Francia, 2008.
Duración: 115 minutos.
De modo que el lector agradecerá que el cronista salte por encima de cualquier información acerca de la trama principal y se limite a decir que estamos ante una historia sobre la culpa y la redención. Claudel, analítico, comienza a mostrar en el segundo acto buena parte de sus referentes, incluso a través de sus diálogos, partiendo de Crimen y castigo, de Dostoievski, hasta llegar a los Cuentos morales, de Eric Rohmer. Todo ello a través de una puesta en escena feísta, que se ve acrecentada por un rodaje con cámara digital que, si ha servido para ahorrar costes y pagar a la portentosa Kristin Scott Thomas, siempre será bienvenido.
Un secreto ñoño
Sin embargo, descubierto el drama que se mueve alrededor de la familia protagonista, uno comienza a rezar para que el último giro de guión, el desenlace, no se dirija hacia la opción más confortable para la complejidad de la historia, para la redención ética de la equívoca mujer que interpreta Scott Thomas. Las pistas ofrecidas por Claudel a lo largo del metraje conducen a ello, pero el crítico, y seguro que el espectador más exigente, se resisten a ello.
El secreto final es el que se veía venir: ñoño, falsario con lo que se ha contado hasta entonces, poco plausible respecto de la actitud de la mujer en el juicio y de una altura dramática muy inferior al resto de la película. Algo parecido a lo que le ocurre a Dejad de quererme. Parece como si nadie se atreviera con un verdadero retrato de la maldad, a secas. De un verdadero crimen y castigo sin aditivos ni colorantes.
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