SEXO POSOLÍMPICO
Existen tópicos sobre el sexo olímpico: 10.000 vigorosos jóvenes de todos los colores y sabores conviviendo durante semanas, la implacable disciplina que se distiende una vez que se termina su participación, la tensión, la adrenalina, los bañadores Speedo, las garrochas. Y desde luego el dulce y lisérgico sabor de la victoria. Ya lo dice el ex competidor de pimpón, hoy cronista deportivo de The Times y libidinoso conocido, Matthew Syed: "Una medalla de oro no es sólo el camino a la fama y fortuna sino un boleto seguro a la cama". Los más deseados, los nadadores americanos; las más deseadas, las brasileñas del voley playa.
¿Llegará el sexo a convertirse en deporte olímpico algún día? Más allá de algunas jocosas "propuestas" publicitarias que circulan en la Red -y de las que me permito recomendar la prueba oficial de sexo oral (gana la pareja china, otra vez)-, como se sabe la organización de los recientes juegos ha tenido el gesto de regalar a los atletas más de 100.000 condones. Me pregunto si el COI estará planeando hacer oficial una de las disciplinas más practicadas en la historia de los juegos. En serio, alguien debería premiar la flexibilidad, resistencia y entrega que requiere cada gesta amatoria. Debo confesar que a mí, sin embargo, lo que más me entusiasmaría de semejante logro sería la posibilidad de ver los clásicos resúmenes televisivos. ¿Se imaginan los rostros de los atletas en cámara lentísima durante los momentos de mayor esfuerzo, las gotitas de sudor (o lo que sea) flotando en el aire, las celebraciones, las culminaciones ovacionadas por un público entregado y agitando banderitas, todo envuelto en música tipo Carros de fuego o El descubrimiento de América? Sólo una cosa: antes de dar el salto sería justo preguntarse también si cabe en la cama el encomiable y aséptico espíritu olímpico cuando los únicos anillos que nos unen son los vibradores.
Tras las maratonianas retransmisiones y acabados los fastos, el y la televidente se ven enfrentados nuevamente a la ardorosa labor de mantener viva la llama del deseo mientras se repasan las lecciones aprendidas y se preguntan si es mejor un carrerón de fondo o una buena corrida en 100 metros planos, pulverización de récord incluida; si el buen sexo es siempre una competencia de relevos o más bien una disciplina individual como el tiro de precisión; o si la resistencia tiene poco que decir ante un perfecto ejercicio de nado sincronizado, aunque con el marcador siempre a tu favor. En fin, es tiempo de reflexión. Pasada la resaca de los juegos, usados los condones chinos y envainadas las jabalinas, los competidores han vuelto a casa. Ese lugar donde uno se juega el oro en cada polvo.
Gabriela Wiener es autora del libro Sexografías (Melusina, 2008).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.