Con la cabeza bien alta
La desatada alegría de los jugadores y técnicos estadounidenses al acabar el partido ha sido el homenaje deportivamente más digno para el esfuerzo del equipo español: las grandes estrellas de la NBA han venido a los Juegos motivadas y cohesionadas. Querían ganar la medalla de oro para convertirse en el redeem team (equipo de la redención) tras los últimos fracasos y han tenido que empeñarse a fondo para conseguirlo. Es significativo el hecho de que, en el partido decisivo, precisamente sus grandes figuras (Bryant, Wade y James) tuvieran que subir su nivel de juego y asumir con decisión el mando de las operaciones. Imaginando lo difícil que tiene que haber sido conjuntar a tantos egos y lograr que se relacionen y jueguen como un auténtico equipo, hay que felicitar al ganador de un torneo que ha sabido dominar con una actitud competitiva, pero nunca prepotente, y una calidad técnica individual y colectiva sobresaliente.
España, sus técnicos y sus jugadores, salen de Pekín con la cabeza bien alta: ha confirmado en la cancha las previsiones de las vísperas, que le veían más cerca de los norteamericanos que de cualquiera que se instalase en la tercera posición (por cierto, chapeau para Argentina, bronce sin su estrella, Ginóbili), y lo ha hecho con un partido final valiente y espectacular. Quizás esta vez defensivamente no ha sido impecable (118 puntos recibidos, muchas ayudas innecesarias que dejaban grandes espacios para los triples de los rivales), pero ofensivamente sí variado (seis hombres en doble dígito de anotación), limitando las pérdidas y exhibiendo, al margen de los grandes guerreros Jiménez y Reyes, jugadas de gran clase de Rudy Fernández, Pau Gasol y Juan Carlos Navarro. Este último ha contestado con gran personalidad a las críticas asumiendo no sin sufrimiento que su rol en esta versión del equipo había variado y respondiendo con clase y carácter en cuanto las circunstancias le han brindado una oportunidad.
Pero el último nombre propio a recordar, por lo que ha hecho y por lo que representa, tiene que ser el de Ricky Rubio: ha subido con extraordinaria naturalidad otro peldaño más en su imparable evolución convirtiéndose en el base titular con brillante madurez, propia exclusivamente de los fuera de serie, pero también por simbolizar un puente hacia el futuro de una selección que cambia de protagonistas en la pista y en el banquillo, pero cuenta con una base muy sólida, que invita a sus aficionados a poder seguir soñando con más éxitos en los próximos años.
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