Gigantes en unos Juegos grandiosos
España tuvo el honor de cerrar el torneo con un partido memorable de baloncesto - Pekín ha divinizado a dos mitos, Phelps y Bolt - Con sólo seis casos de dopaje, el deporte es más creíble
Un emotivo e inolvidable partido de baloncesto puso ayer el broche a unos Juegos grandiosos de principio a fin, de Michael Phelps a Kobe Bryant y Pau Gasol, con Rafa Nadal, Usain Bolt y Leo Messi entre medias. Todos ellos, el mejor póster del deporte mundial a falta de Tiger Woods, se han exhibido en el mejor escaparate posible, en unas instalaciones fabulosas, de futurista aire catedralicio, con una organización impecable y en un concordato extraordinario por la colaboración y amabilidad del masivo voluntariado chino movilizado en favor de la causa. La majestuosa cartelera deportiva y el eco de sus gloriosos protagonistas subyugaron durante tres semanas la crispación política que marcó el prólogo. Los Juegos se abrieron a China de la misma forma que desde el globo se esperan ahora mayores signos de apertura por parte del régimen comunista. Hace 20 años, Corea del Sur puso en marcha el ventilador tras la cita olímpica de Seúl; el olimpismo confía ahora en que el gigante asiático siga el mismo camino. Pekín ha conseguido lo que quería ante el escaparate más mediático del planeta: unos Juegos seguros, sin sobresaltos, con una tregua política, y vencer a Estados Unidos en el medallero. Falta algún gesto por su parte.
El olimpismo se abrió a China y espera del régimen comunista la misma respuesta
El Gobierno español haría bien en revisar el actual modelo federativo
En términos deportivos, en la capital china no ha faltado de nada. España tuvo el honor de cerrar los Juegos con una actuación memorable de su selección de baloncesto, capaz de acongojar al segundo mejor equipo de la historia, tras el dream team de Barcelona 1992, a la imperial y arrogante NBA. Pese al maquillado resultado final (118-107), el conjunto español llevó al límite a las megaestrellas estadounidenses, que tuvieron que recurrir a su gran pope, Kobe Bryant, para evitar lo que les habría supuesto un descalabro descomunal. Hace 24 años, en Los Ángeles, con Michael Jordan en sus primeros pasos hacia la mitificación, un equipo no profesional dejó a España a 31 puntos de diferencia (96-65). El recorte producido ejemplifica la gran progresión del deporte español.
Tras un año de euforia permanente, la delegación española, con el bronce logrado por el balonmano ante Croacia, se colgó finalmente 18 medallas, una menos que en Atenas, y cuatro por debajo del objetivo fijado, las 22 de Barcelona. Un buen resultado, pero a distancia aún del cosechado por países de su entorno, como Francia (40) o Italia (28).
El tirón de los deportes de equipo, el brillante auxilio de Rafa Nadal y la perpetuidad de deportistas como Joan Llaneras, Gervasio Deferr y David Cal han engordado la clasificación: España fue vigésima en el medallero griego y decimocuarta en el chino. En un país cada vez más polideportivo, en el que ya hay deportistas capaces de discutir el trono con el fútbol, hay notables carencias en los tres grandes vectores del olimpismo: la irremediable natación -22 países han logrado al menos una medalla y España un solo finalista-, el envejecido atletismo -el marchador Jesús Ángel García Bragado, de 38 años, ha sido el mejor clasificado- y la paralizada gimnasia -sin las chicas en concurso, detrás de Deferr sólo se adivina puro barbecho-. Es tarea de la Administración deportiva acunar atletas y gimnastas, y, sobre todo, propiciar una catarsis total en la natación, feudo de enconamientos y subsidios. El Gobierno no haría mal en revisar el modelo federativo imperante en España, en muchos casos cortijos en los que prevalecen los intereses particulares a costa de la hucha estatal y en detrimento de los deportistas. No son pocos los directivos que han hecho carrera en la gestión pública mientras los resultados de sus federaciones eran tercermundistas. Y amparados por los altos rectores del deporte.
Mientras España, con bases para el optimismo ya sentadas, avanza en sus reformas, los Juegos de Pekín han divinizado a dos mitos: Michael Phelps y Usain Bolt. El primero se ha inmortalizado para siempre en Olimpia tras liderar un deporte que vive en éxtasis, el que más se acerca al próximo siglo: 25 récords mundiales, lo que da idea de a cuántas estrellas ha superado y empequeñecido el propio Phelps. El velocista jamaicano ha registrado marcas del más allá en un deporte al que sus inicios de purificación le han frenado -sólo cinco récords-. Al margen de algún posible sobresalto final, apenas quedan corredores de mentira y Estados Unidos, arrastrado por el caso Balco, lo ha pagado con su derrota en todos los sprints ante los jamaicanos.
Hasta en el capítulo del dopaje han sido unos Juegos admirables. Con mil controles más que en Atenas, hasta ayer sólo habían aparecido seis positivos -uno, desgraciadamente, español-, veinte menos que en Grecia. Hoy, el deporte es más creíble y las emociones no se han reducido. Basta con ver la espectacularidad de lo sucedido en Pekín. Imborrable.
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