En el corazón de las Guilleries
Ca l'Angelina ofrece trato familiar y una carta clásica catalana frente a las Agudes
Visto desde el Eix Transversal parece un pueblo de pesebre. Y lo es. En el corazón de las Guilleries, Espinelves surge de forma impensable en medio de la montaña como un grupo de casas pegadas a su monumental iglesia románica. Toda la historia de esta localidad de sólo 194 habitantes ha transcurrido en torno a este monumento construido entre los siglos XI y XII y a su espectacular campanario cuadrado de tres plantas con ventanas gemelas que marca de forma ineludible toda la fisonomía del municipio. Y allí, junto a la iglesia, está Ca l'Angelina, un clásico restaurante de plaza del pueblo.
A Espinelves no se llega de paso. Hace falta un motivo para desplazarse a esta localidad ubicada en medio de una naturaleza exuberante que algunos han calificado como el pulmón de Cataluña. Para muchas personas Espinelves es sólo el reflejo de la Fira de l'Avet, que se celebra a principios de diciembre y convoca a más de 60.000 visitantes en una semana.
La iglesia románica y los árboles centenarios de Masjoan enmarcan este típico restaurante de pueblo
Sin embargo, es mucho más que eso. Hay dos elementos fundamentales e ineludibles en cualquier visita a este municipio. El primero, la iglesia. Situada en la punta de la colina que configura el pueblo, constituye un románico perfecto y bien restaurado con su puerta primitiva, conservada en el interior, y su Virgen del siglo XIV, dedicada al Roser. El segundo, los árboles monumentales que pueden observarse en visita guiada en la propiedad de Masjoan: secuoya gigante, cedro azul, abeto del Montseny, Teix de Masjoan (1860), todos ellos plantados a principios de siglo.
Hay también un tercer motivo para visitar Espinelves. Se encuentra en la plaza del pueblo, la plaza de Baix, y es el restaurante Ca l'Angelina. ¿Es un chiringuito? No. Pero se le acerca. Es un restaurante establecido desde hace unos 50 años, que surgió cuando l'avi Tayeda compró Can Sanaya y Cal Arsís. Su hijo y su nuera, Angelina Pahí, unificaron las dos casas y crearon un bar restaurante donde ofrecían incluso algunas habitaciones (ahora totalmente denostadas) a sus clientes. El marido nunca quiso entrar en la cocina. Esa tarea la dejó para su esposa Angelina que, a sus 70 años, sigue guisando cada día y acompaña en las tareas a su hija, Mercè Roquet, que es ahora quien regenta el restaurante.
"Cuando llegó, mi madre había cocinado sólo para su familia. Había nacido en Breda y trabajaba en Tortadés, donde hacía punto y jerséis mientras cuidaba las vacas", explica Mercè Roquet, de 47 años. "Pero tenía aprendidos de su madre y su abuela los fundamentos de la cocina clásica catalana y los fue desarrollando. Fue cuestión de ampliar la cazuela".
Que nadie espere una cocina sofisticada, ni experimentos culinarios. En Ca l'Angelina la oferta es tan básica que ni siquiera tienen carta. "La cantamos, porque varía según el producto de que disponemos", indica Sandra, que lleva dos años ayudando en el comedor. Lo fundamental es la calidad de los productos: el cerdo, la oveja, la ternera, el jabalí de caza, los embutidos -especialmente la longaniza-, procedentes de las Guilleries. Y todo aderezado con un porró de tinto de la casa y pa amb tomàquet.
"Una vez, hace unos 30 años, un señor de Barcelona me pidió una tortilla y pan con tomate para desayunar", recuerda Angelina. "Y cuando le servimos, me dijo que no quería la tortilla porque era demasiado amarilla [típico color de los huevos de payés]". Las costelles de xai a la brasa -excelentes: 8,50 euros-, la escalivada o l'empedrat -4,15 euros-, els peus y la galta de porc guisada con setas -4,25 euros- son platos habituales.
Pero si algo sobresale es el trato familiar que recibe el cliente. "Algunos incluso se ponen ellos mismos la mesa", confiesa Sandra. "La mayoría son clientes habituales, gente que se ha convertido en casi de la familia, que viene el fin de semana y disfruta de esta paz y de la naturaleza".
En Ca l'Angelina no hay glamour. Pero sentado en una mesa en la plaza puede admirarse el inigualable campanario de Espinelves. O, en el interior, a través de sus ventanales se vislumbra una bella imagen de las Agudes enmarcada entre valles y montículos poblados de prados, pinos y abetos. Un lujo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.