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Columna
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Cultura

Una veintena de cocineros vascos (con Arzak, Berasategi y Subijana a la cabeza) se han sumado a la iniciativa para proclamar a Donostia Capital Europea de la Cultura en 2016. La cosa no tiene nada de sorprendente. La aprobación de la candidatura supondría un importante reclamo turístico, beneficioso para ellos y para tantos otros. Ahora bien, ¿nos pondríamos muy quisquillosos si preguntáramos si la cocina es cultura?

Los citados cocineros han declarado que "la gastronomía es parte de la cultura de un pueblo". El alcalde, Odón Elorza, les ha elogiado a su vez, describiéndoles como "artistas, creadores, innovadores". Ambos tipos de argumento son plenamente aceptados, aunque escondan una contradicción (según el primero, cualquier hamburguesería, pongamos por caso, sería parte de la cultura; en el segundo, sólo la creación de un cocinero innovador, que experimenta con nuevas combinaciones de sabores y texturas, sería cultura).

"Cultura" es, seguramente, una de las palabras más desconcertantes de nuestro vocabulario

El ejemplo es revelador: "Cultura" es, seguramente, una de las palabras más desconcertantes de nuestro vocabulario, pues sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Por una parte, llamamos "cultural" a toda creación humana, es decir, a todo lo que no es "natural", así sea vestir chándal en lugar de ir desnudos, o comer besugo a la parrilla en lugar de crudo. Por otra parte, denominamos "cultura" al conjunto de formas y expresiones de una sociedad determinada, a sus costumbres, sus normas de comportamiento, su religión, su vestimenta, su gastronomía, etcétera. En este sentido, tan cultural es lapidar a una adúltera como desayunar un croissant, tocar la txalaparta como peregrinar a la Meca.

Está claro que una denominación como "Capital Europea de la Cultura" debe responder a una concepción diferente. Precisamente, a la primera acepción del término, que responde a una sugerente metáfora, pues "cultura" viene de la raíz latina que indica "cultivo": la "cultura animi" es el cultivo del alma, del mismo modo que la agricultura es el del campo. Haría falta sembrar, labrar, trabajar el espíritu de la misma manera que la tierra para que sea fructífera. En ese sentido, es "cultura" todo lo que puede cultivar al individuo, haciendo desarrollar sus facultades sensibles e intelectuales. Ahora bien, todo ello requiere un sujeto activo que realiza un considerable esfuerzo intelectual y de comprensión; como diría George Steiner, requiere el "sudor del alma".

El esfuerzo por crear -o simplemente por tratar de entender y de apreciar- una buena obra literaria, una teoría científica o filosófica, una sinfonía musical u otra obra artística exige, sin duda, ese "sudor" de labranza.

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Se da por supuesto que las buenas obras (en literatura, filosofía, arte,...) son aquéllas que elevan el espíritu (o lo excavan, siguiendo con nuestra metáfora) de quienes hacen el esfuerzo de comprenderlas; las no tan buenas, aquéllas que como mucho sirven de entretenimiento o diversión. Si la distinción entre unas y otras siempre ha sido polémica, ¡cuánto más desde que a todas se les denomina, indistintamente, "cultura"!

Por supuesto, los límites no están nada claros, ni pueden estarlo. Por ejemplo, si decimos que todo lo que aumenta nuestra sensibilidad nos "cultiva", ¿por qué no aceptar que la sensibilidad gastronómica (basada en el sentido del gusto) es tan digna de ser desarrollada como nuestra sensibilidad musical (basada en el oído)? En fin, con cocineros o sin ellos, bienvenida sea (si viene) la Capitalidad Europea de la Cultura.

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