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Reportaje:PEKÍN 2008 | Triatlón

Un doblete de frustración

Gómez Noya, el gran favorito, y Raña decepcionan al quedar cuarto y quinto

Carlos Arribas

Lo que le va bien a don Manuel Fraga le debe ir bien a todos los gallegos, y Javi Gómez Noya, de Ferrol, no es una excepción. Al ex presidente de la Xunta le dispensa el mismo trato José Luis Torrado, o bruxo de Pontevedra, que a todos los atletas de élite que acuden a su clínica a tratarse de articulaciones, tendones, ligamentos y dolores reumáticos varios: un agasajo de mariscos para serenar el alma y unos emplastos de hierbas curalotodo para las afecciones del cuerpo. Así que si Gómez Noya terminó ayer sólo cuarto en el triatlón no fue por culpa de la tendinitis aquilea de su pie izquierdo -el mismo mal, en distinto pie, que provocó la retirada del vallista Liu Xiang-, tratada durante meses con las hierbas de Torrado. "He dado todo lo que tenía. Y no, el pie no me ha molestado para correr", dijo el Tiger Woods del triatlón, el crack que llegaba a los Juegos como campeón mundial y prácticamente imbatido en las pruebas de Copa del Mundo. "Lo que me ha molestado es el estómago".

Noya movió la mano derecha y se la llevó al costado, la señal de que sufría flato
Raña terminó mareado por el calor, que convirtió el embalse de Ming en una caldera

Un año más, el triatlón español sale de los Juegos con cara de no entender nada. Hace cuatro años, todo el dispositivo para convertir al fenomenal Iván Raña en campeón olímpico se quedó empantanado en el primer repecho del circuito ateniense. "Pero habrá que ver el lado positivo", dice Noya, el mejor del mundo en un deporte que en España sólo cuenta con 10.000 federados, la octava parte que en Alemania. "Hemos terminado dos españoles entre los cinco primeros. La anomalía no es no ganar, sino que habiendo tan poca base en España, estando tan lejos de otros países en medios y en estímulos al triatlón, tengamos dos fenómenos de distinta generación". Ayer Raña luchó para ganar de nuevo y terminó muerto, mareado por el intenso calor que convirtió el embalse de las tumbas Ming en una caldera, pero quinto, el mismo puesto que en su debut olímpico de Sidney. En Londres 2012, Gómez Noya tendrá 29 años, la misma edad que Raña ahora, pero al campeón del mundo se le hacía aún lejana, en el momento en que trataba de asimilar su dura y frustrante jornada, la próxima cita olímpica. Prefería hablar de su estómago.

Hay muchos ciclistas que sólo usan los geles de maltodextrina -líquido espeso y pringoso para rellenar los depósitos de glucógeno con vistas al esfuerzo final- los días de entrenamiento. En carrera los odian porque acaban produciendo acidez. A Gómez Noya, en cambio, nunca le habían sentado mal, y ayer, como en cualquier otro triatlón -no iba a cambiar de hábitos el día más importante de los últimos cuatro años: se levantó, como siempre, cuatro horas antes, a las seis; salió a rodar 15 minutos para despertar al organismo, regresó al hotel y desayunó lo de todos los días-, se tomó dos durante los 40 kilómetros en bicicleta. Le fundieron a medias. El resto lo hizo el calor, su gran enemigo, pese a que el trabajo del año en Suráfrica, Australia, Nueva Zelanda y Corea le permitió adaptarse lo más posible.

A falta de 3.000 metros para el final de los 10.000 a pie que cierran el triatlón, iniciado con una carrera de 1.500 metros nadando, todo el mundo esperaba una aceleración brutal de Noya, el movimiento único que le ha hecho temible entre sus rivales, el cambio de ritmo asesino. Noya pasa por no tener sprint, pero es capaz en los 10.000 de mantener durante diez minutos un ritmo elevadísimo, imposible para los demás. Y Noya se movió. Movió la mano derecha y se la llevó al costado. La señal inconfundible de que sufría flato. La señal para que sus compañeros de grupo, el neozelandés Docherty y el alemán Frodeno, frescos, el canadiense Whitfield y el gallego de Santiago, Raña, más tocados, comprendieran que en las cuestas que rodean al turístico embalse pekinés no se iba a producir una masacre. De hecho, el único golpe sobre la mesa lo había dado tres kilómetros antes, en el duro repecho, Raña, quien con su ataque hizo explotar al pelotón que había salido agrupado de la bicicleta. A su ataque respondió rápidamente Noya, que le marcaba de cerca, y la selección quedó hecha. Faltaba la criba definitiva. Noya la intentó, pero sólo mató a Raña y, provisionalmente, a Whitfield, el primer triatleta campeón olímpico, en Sidney, un amigo de Noya que para motivarse en el entrenamiento cuelga una foto del gallego frente al rodillo en el que corre.

Ayer lo que le motivó fue el cogote de su amigo, bamboleándose cinco metros delante. "Intenté mantener el ritmo vivo delante para que no entraran Whitfield y Raña y asegurarme al menos el bronce", dijo Noya, quien a su rueda llevaba a Docherty, el subcampeón de Atenas, el que le quitó a Raña en los últimos metros el Mundial de Madeira 2004, y a Frodeno, el más alto, el Bolt del triatlón. Whitfield enlazó en el último mil y atacó sin solución de continuidad. Allí murió Noya. Frodeno, le aguantó, y con su larga zancada, mide 1,93 metros, le superó con facilidad en el sprint.

Gómez Noya, a la izquierda; el alemán Frodeno, ganador de la prueba, y al fondo, Raña.
Gómez Noya, a la izquierda; el alemán Frodeno, ganador de la prueba, y al fondo, Raña.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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