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Reportaje:PEKÍN 2008 | Atletismo

Un trasto en la chopera

Gracias a su instinto innato para los 3.000 metros obstáculos, Marta Domínguez parece una experta tras sólo tres carreras

Carlos Arribas

La historia del atletismo cuenta que la prueba de los 3.000 metros obstáculos es la domesticación británica -vallas fijas en lugar de troncos de árboles, un estanquito en lugar de ríos, pista de tartán en lugar de camino con hojarasca- del campo a través que sus soldados coloniales practicaban a la fuerza en sus posesiones del Este africano, en Kenia y Tanganica. Es la versión romántica, la versión aceptada, quizás porque han sido los británicos los que han escrito las reglas de la mayoría de los deportes, y su historia, pero no estaría mal que una versión apócrifa, absolutamente cañí, bastante menos exótica pero igual de evocadora, empezara a circular y a cobrar cuerpo. La escribiría de mil amores Marta Domínguez. De hecho, sin que nadie se lo encargara, el viernes ya comenzó a dictar el prólogo.

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"En realidad, el 3.000 obstáculos nació en la chopera que había detrás de mi casa en Palencia, por donde yo, de niña, corría perseguida por las vecinas, hartas de mis trastadas...", dice Marta Domínguez, quien, ya una mujer adulta, ha recuperado en la pista, magdalena de Proust, el sabor de aquellos años de niña salvaje que no creía en más límites que los de su imaginación: "No; ésta no ha sido mi tercera carrera de 3.000 obstáculos. Llevo corriendo esta prueba desde niña".

Desde niña, desde que prefería jugar al fútbol con los chicos antes que a las muñecas, desde que empezó, vía escuela del cross, a practicar atletismo, Marta Domínguez era la chica para todo, para las vallas, para el salto de longitud, para lo que fuera. En sus primeros Juegos Olímpicos, los de Atlanta 1996, corrió los 1.500 metros; después, se especializó en los 5.000, donde pudo aunar su velocidad, su vivacidad natural y su capacidad de resistencia entrenada. Pero, cuando vio que su cuerpo ya no daba más de sí, que el 5.000 mundial ya se le quedaba muy lejos, su instinto le exigió volver a la infancia. Por ello fue como un regalo que el 3.000 obstáculos femenino alcanzara categoría oficial. La prueba ha alcanzado nivel olímpico por primera vez en Pekín, justo a tiempo para la palentina, quien, tras un curso acelerado a manos del obstaculista César Pérez la pasada primavera, en su tercera competición oficial ya se sentía como pez en el agua, feliz chapoteando en cada paso de la ría, feliz empapada al cruzar la meta, como una niña gamberra, una Guillermo Brown, que, después de haber hecho la trastada, regresa a casa sin preocuparse por la regañina que le espera.

Hoy (15.30), junto a otra española, Zulema Fuentes-Pila, disputará Marta Domínguez la primera final olímpica de la carrera que más se acerca a su instinto natural y peleón. A su espíritu de campeona que prefiere arriesgarse con un cambio que envejecer pensando en el pasado. Le espera una dura pelea con la rusa Galkina, habituada a correr sola en cabeza, con un océano de pista detrás -su mejor marca, 9m 1,59s, récord del mundo desde hace cuatro años, es 20s mejor que la mejor marca de Domínguez-, otro par de rusas que andan por los 9m 15s, y la keniana Jepkorir, la más natural de sus competidoras. "Seguro que saldrán tirando las tres rusas, pero no actuarán como equipo", dice Domínguez con la sonrisa pícara de una pillina; "pero temo a Jepkorir, que corre muy inteligentemente".

Marta Domínguez, en el centro, salta una valla en las series previas.
Marta Domínguez, en el centro, salta una valla en las series previas.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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