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Traviata con alma flamenca

Un cante sabio y popular, el fandango, retrato fiel de sentimientos puros y demoledor martillo contra la hipocresía social, la injusticia y el abuso de poder, es la llave de acceso al universo teatral que Salvador Távora explora, no sin riesgos, en Flamenco para Traviata, un espectáculo inspirado en la ópera de Verdi que anteayer obtuvo una gran acogida en el Festival de Peralada (Alt Empordà).

Távora hace suya la historia de Violeta y Alfredo y nos cuenta su trágico amor con alma flamenca. Busca puntos de encuentro entre ópera y flamenco, sin asomo de fusión, pero donde el espectáculo emociona de verdad es cuando explota la energía y el sentimiento del baile y el cante flamenco, mientras que pierden fuelle algunos fragmentos verdianos plasmados con menor garra teatral.

El creador de este espectáculo siempre ha tenido buena fortuna en el Festival de Peralada, donde ha vivido noches gloriosas, entre ellas, el estreno mundial en 1996 de su aclamada Carmen, una ópera andaluza de cornetas y tambores. Anteayer volvió a sonreírle el éxito ante un público entregado que llenó casi hasta la bandera el auditorio ampurdanés.

El baile inspirado, pasional y visceralmente comunicativo de María Távora y El Mistela llenaron de magia la velada. Ellos dan vida a Violeta y Alfredo a través del baile, los gestos, la mirada, pero la voz de sus sentimientos la ponen Ana Real y Javier Allende, cantaores de vieja escuela, curtidos en el oficio. En el escenario, casi desnudo, los guitarristas Manuel Berraquero y Miguel Aragón y el percusionista Javier Prieto son el potente motor musical de un montaje sencillo y austero.

El director de La Cuadra de Sevilla elimina personajes y situaciones para centrar su mirada en el dolor y la tragedia de los amantes. Del padre de Alfredo sólo queda la palabra concreta, confiada a un actor, y la imagen de un jinete subido a lomos de un hermoso caballo de alta escuela en un retrato visual del poder y la altanería que queda clavado en la retina del espectador.

Acierta Távora en la selección de fandangos y estilos, con unas letras que expresan, con aliento poético y con crudeza, los sentimientos de los personajes verdianos. Flojean, sin embargo, a pesar del carisma de la voz de Maria Callas, algunos fragmentos grabados, de mediocre sonido, y las apariciones de una bailarina clásica que reducen la música de Verdi a una presencia decorativa, más cerca de la concesión estética y visual que de la emoción sincera.

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