Nación
A los atletas se les prohíbe hablar de política durante los Juegos. Esa es una prohibición pintoresca, y no alcanzo a entender su significado. ¿Qué entienden las autoridades olímpicas por "política"? ¿Será expulsado un atleta por hacer un comentario sobre la necesidad de reformar el Senado español? ¿Y si dice que la Reserva Federal estadounidense no sabe lo que se hace? ¿Habría sanciones? Estoy a favor de una cierta hipocresía. La convivencia resultaría imposible sin ella. La presunta separación entre la política y los Juegos va más allá de la hipocresía razonable. No existe un gesto político más rotundo, esencial y diáfano que abrazarse a una bandera. Y eso es lo que se hace en Pekín. Lo hacen los atletas, los dirigentes, el público, la prensa. Los Juegos, como casi cualquier competición deportiva internacional, son una gran fiesta de las naciones y del nacionalismo.
No me parece mal. El mundo moderno se organizó sobre el concepto de las naciones. Sin la nación y el nacionalismo, y sin el sustrato antropológico de la patria, el Estado quedaría reducido a su función primitiva y esencial: la coacción. Un Estado así de feo, desprovisto de sus atributos sentimentales, no tardaría en hundirse. Y sería el caos. Yo, por lo menos, no tardaría un minuto en declararme contribuyente andorrano. No sé ustedes.
El deporte fue considerado, desde su origen clásico, como una guerra incruenta. De ahí la llamada "tregua olímpica", ideada para evitar que un conflicto inoportuno truncara la ceremonia sagrada. Rusia y Georgia demuestran ahora que el espíritu olímpico se mantiene fuerte: mientras sus soldados matan, sus atletas se besan en el podio. Qué bonita imagen la de la rusa Paderina y la georgiana Salukvadze (tiradoras con pistola, para más señas), abrazadas en Pekín.
Rindo homenaje a Paderina y Salukvadze. ¿Las expulsarán? ¿Les retirarán la medalla? Es de esperar que sí, porque lo que han hecho constituye una evidente declaración política. Y quizá un ultraje a sus respectivas banderas.
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