El legado del héroe
Phelps anuncia que no volverá a competir en los 400 metros estilos tras establecer su octava plusmarca consecutiva
No había nada extraño en el muchacho que salió a la vereda de la piscina. Nada sobrenatural. Había sido uno más entre la multitud de adolescentes que se crían en los suburbios de Estados Unidos. Jamás se quitaba la gorra de béisbol, detestaba ir al colegio, le desagradaban los libros, experimentaba las emociones vicarias de los pandilleros escuchando rap y soñaba con atraer chicas con un Cadillac tuneado. Sin embargo, ayer, a las 10.30, a la hora de la campana, se hizo un silencio misterioso mientras se dirigía hacia su poyete de salida envuelto en una especie de gabardina de polietileno. La multitud de chinos que se amontonó en las gradas del Cubo de Agua emitió una especie de gemido inconsciente. Un rumor de admiración y de comunión. El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, también pareció olvidarse de la crisis económica que amenaza al mundo cuando acomodó la agenda para verlo. Lo que vio fue mucho más que un récord.
"Nunca he estado tan cansado", dijo recordando el acoso de Cseh
"Hice el último esfuerzo y sonreí bajo el agua: '¡No puede cogerme!"
Michael Phelps es un hombre corriente, pero no es un atleta corriente. El joven de Baltimore genera una identificación masiva que no es nueva. Es antigua como la religión. No consigue sus victorias sobre sus rivales, sino con ellos. No lucha contra hombres, sino contra la inercia de las cosas. Sus éxitos son el triunfo de una manera de posicionarse ante la vida. No hay nada inusual en su actitud. La comparte con todos porque, en el fondo, es uno más. Michael Phelps no es una estrella. Es un héroe.
El ritual de su primera final fue el de siempre. Intocable desde hace años. Puso la toalla sobre la plataforma del poyete, lo secó. Luego, puso una pierna y la estiró. Después, la otra. El público empezó a aclamarle, como atreviéndose a dirigirle la voz. Se quitó el chubasquero de polietileno, se ajustó las gafas, se estiró el gorro de látex y tiró del pantalón para ajustárselo bien al contorno de las piernas y de la entrepierna. Por un momento, pareció que se rascaba. Fue un gesto rápido, cotidiano, vulgar. Movió los brazos y sus tríceps se sacudieron como si fueran bolsas de gelatina. Como si sus miembros estuviesen hechos de una materia inestable y líquida. Estiró sus brazos y se dio tres golpes sobre los dorsales. El chasquido resonó en todo el edificio. La carrera más completa de la natación, la que mide al rey, estaba entonces por comenzar.
Phelps nadó los primeros 100 metros como nunca lo había hecho. Hizo el parcial de mariposa en 54,92s. El más rápido de su vida. Fue un tirón descomunal. Sólo dos hombres le pudieron seguir: el húngaro Laszlo Cseh, afeitado y contrahecho como un Nosferatu, y el también estadounidense Ryan Lochte, el guasón del equipo. Al principio, Lochte aguantó el ritmo mejor. Al llegar a los 100, resolvió atacar. Sobre todo, a partir de lo 150. Entonces, Lochte planteó el desafío. En pleno parcial de espalda. Es el único en el mundo que posee la misma capacidad que Phelps para atacar los muros, en los virajes, doblando y nadando como un delfín bajo el agua. Además, posee un don para nadar la espalda. Tal vez, la nade mejor que su colega. Por eso aprovechó para atacarle en ese tramo de la carrera. Su carga fue vigorosa. Recortó espacio centímetro a centímetro. Al llegar a los 200 metros, iba a 20 centésimas de su objetivo. Nada. Prosiguió la braza con el mismo vigor, pero entonces descubrió que le empezaba a faltar energía. Su organismo estaba consumiendo más oxígeno del que podía obtener. En ese momento, Cseh se le apareció a su lado. Al ver que Phelps se le escapaba y que el húngaro le superaba, sufrió una especie de parálisis. Un instante de pánico. Unas décimas de segundo que, en la natación, suelen anunciar la derrota.
Cuando los tres nadadores llegaron al muro de los 300 metros, Phelps empezó a entrar en el umbral del agotamiento. "Nunca he estado tan cansado", dijo poco después, al acabar la carrera. Hundido Lochte, sólo un hombre podía ayudarle a alzarse con la gloria. Era Cseh. El húngaro nadó como los dioses. Hizo la tercera mejor marca de todos los tiempos y obligó al gran Phelps a exprimirse. "Me preocupé", recordó el ganador evocando la sensación de parálisis que provoca el ácido láctico en los miembros; "pero hice un último esfuerzo. Y, cuando faltaban 50 metros, después del viraje, miré al costado y vi que Laszlo no podía seguirme. Sonreí. Bajo el agua, empecé a reírme. Me dije: '¡Le estoy haciendo daño! ¡No puede cogerme! ¡La primera medalla va a llegar!".
Phelps, que se frenó al final, estableció su octavo récord del mundo consecutivo en los 400 metros estilos en 4m 3,84s. Hizo casi dos segundos menos que su anterior plusmarca y ganó su primera medalla de oro en los Juegos de Pekín. Luego, anunció que nunca más volverá a nadar esta prueba.
EL DIARIO
HOY
(4.13) Semifinal de 200 m. libre. Sus principales rivales serán el surcoreano Taehwan Park, y el surafricano Jean Basson. Si se clasifica, nadará la final en la madrugada de mañana (4.16).
(5.26). Final de 4x100 m. libre. Primera y última incursión de Phelps en la velocidad. Se enfrenta a Bernard, de Francia, y Sullivan, de Australia, los nadadores más rápidos de la historia.
(13.32). Series de 200 m. mariposa. La prueba fetiche de Phelps. Bate el récord del mundo anualmente
desde 2000. No tiene rival.
MIÉRCOLES
(14.02). Series de 200 m. estilos. Se encontrará con su compatriota Ryan Lochte, que se maneja mejor en las pruebas cortas y que buscará la venganza tras haber sido derrotado otra vez por Phelps en los 400 estilos. Lochte, que es más veloz, ha conquistado, junto a Phelps, las últimas 10 mejores marcas de todos los tiempos.
JUEVES
(14.18). Series de 100 m. mariposa. Ahorrará combustible para enfrentarse en la final al especialista
Ian Crocker, plusmarquista mundial. Phelps intentará repetir su hazaña de Atenas quitándole el oro y el récord del mundo.
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